Vlasov y los vlasovistas, traidores a su pesar

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Vlasov y los vlasovistas, traidores a su pesar
El general Vlasov

Vlasov y los vlasovistas, traidores a su pesar. Vlasovistas proviene de Vlasov, y ésta es su espeluznante historia. Andrei Andreievich Vlasov no pudo terminar sus estudios como seminarista en Nijni Novgorod. ¿La causa de su, digamoslo así, fracaso? Pues la Revolución de Octubre, ni más ni menos. Ingresó en el Ejército bolchevique como soldado raso en 1919. Ascendió pronto a jefe de pelotón y posteriormente a jefe de compañía. En 1930 ingresó en el PCUS, y en 1936 fue asesor militar de Chang Kai-shek en China. En principio, Vlasov no tenía buenos contactos en las altas jerarquías políticas y militares purgadas entre 1937 y 1938, por lo que tuvo la oportunidad de ascender al mando de una división en 1938. En 1940 recibió el grado de mayor general. Tras la citada purga del Ejército Rojo, Vlasov estaba considerado entre los más capacitados de los nuevos mandos. Preparó a conciencia desde el verano de 1940 a la 99 División de Tiradores. Cuando la Wehrmacht invadió la URSS, en el verano de 1941, el retroceso de las tropas soviéticas hacia el este no afectó a la recia división de Vlasov, que tuvo los bemoles de avanzar al contrario, hacia occidente, recuperando Peremyshl, donde se mantuvo 6 días aguantando la embestida alemana. Ascendido a teniente general, comandaba el 37º Ejército en Kiev, de donde pudo salir del asedio alemán. En diciembre de 1941, durante la defensa de Moscú, estaba al frente del 20º Ejército. Y en la contraofensiva por proteger la capital formaba parte de una pléyade de generales soviéticos entre los que ya destacaban Zhukov, Kuznetsov, Rokossovski, Leliushenko y Govorov. En aquellos meses trepidantes se ascendía con rapidez y celeridad.

Vlasov se convirtió en subjefe del Frente del Volga y posteriormente fue nombrado comandante en jefe del 2º Ejército, con el que inició el 7 de enero de 1942 un intento de ruptura del asedio de Leningrado (hoy San Petersburgo), con la ofensiva del río Voljov, en la cual participaron también los Ejércitos 4, 52 y 54. Pero estos tres últimos no avanzaron a tiempo para llevar a cabo la liberación del sitio de Leningrado. La gigantesca purga estalinista de 1937-38 había hecho mucho daño en la cúpula miltar, pues se había llevado al otro barrio a los militares soviéticos más experimentados y competentes, y sus sustitutos todavía no estaban preparados. A pesar de todo, el Ejército de Choque de Vlasov siguió erre que erre y en febrero de 1942 había avanzado 75 km entre las líneas alemanas. Pero al no recibir ni refuerzos ni munición, quedaron bloqueados a la espera del fin. Bloqueados, como Leningrado. El ejército de Vlasov, rodeado en zona pantanosa, que se desheló en abril de 1942, no recibió suministros ni por tierra ni aire. Aún así, Stalin le negó a Vlasov permiso para reitrarse. Así que Vlasov comenzó a jugar con la idea de pasarse al enemigo. Traidor  su pesar. Vlasov y los vlasovistas, traidores a su pesar.

Durante dos meses, el Ejército de Vlasov agonizó, pasando una hambruna tremenda. A Solzhenitsyn (el célebre disidente soviético autor del demoledor documento «Archipiélago Gulag«) le contaron durante su cautiverio, en el que coincidió con algunos soldados de Vlasov, cómo raspaban los cascos de los caballos muertos, cadáveres en descomposición, cocían las raspaduras y se las comían. El 14 de mayo, los alemanes atacaron con violencia al ejército rodeado. Aún así, Vlasov y los suyos todavía intentaron romper el cerco, hasta inicios de julio. Sólo entonces recibieron la orden de retroceder a la otra orilla del río Voljov, algo que ahora ya se antojaba imposible. Vlasov y sus hombres fueron declarados traidores a la patria soviética. Pero Vlasov, tras perder la mayor parte de su ejército, no se suicidó, como le hubiese gustado al Padrecito Rojo, sino que deambuló por bosques y pantanos y se rindió el 6 de julio a los alemanes en la zona de Siverskaya. Los alemanes no daban crédito (todo un general del prestigio de Vlasov entregándose…) y le trasladaron a su cuartel general en Lötzen, en la Prusia Oriental, donde ya había algunos generales soviéticos prisioneros e incluso un comisario de brigada, todos figuras de segunda fila que habían abjurado de su lealtad al criminal régimen estaliniano (¡para ofrecérsela a otro régimen no menos criminal!). Pero ahora tenían a Vlasov, un primer espada soviético y que también expresó su disconformidad absoluta con Stalin. ¡Como para no hacerlo, después de las jugarretas de Stalin! Y se pasó al enemigo al enemigo con todas las consecuencias. ¡Vlasov y los vlasovistas, traidores a su pesar!

Vlasov fue un ejemplo de que contra rusos lucharon otros rusos, y, según Solzhenitsyn, lo hicieron  «con más coraje que cualquier SS». Un ejemplo de este encarnizamiento lo cuenta el propio autor, que fue capitán del Ejército Rojo y encarcelado por hacer alguna apreciación no demasiado halagüeña sobre Stalin. Y no es guasa. El caso es que en julio de 1943, un grupo de rusos con uniforme alemán defendía la aldea de Sobakinskie Vyselki, donde peleaban con enorme determinación y desesperación. A uno de estos soldados «renegados» lo acorralaron en un sótano, al que atiborraron de granadas de mano. Se hacía el silencio, pero cuando algún asaltante intentaba penetrar, era recibido con una ráfaga de metralleta. El vlasovista se escondía en un foso más profundo, debajo del sótano, aturdido, desesperado, pero con el ánimo intacto para seguir combatiendo contra sus antiguos camaradas. El régimen estalinista había hecho un daño enorme en todos los estratos de la sociedad soviética.

Los vlasovistas prisioneros no podían esperar ningún tipo de misericordia de sus compatriotas. Si la rendición «pura y dura» ya se consideraba a ojos de Stalin una traición imperdonable a la patria, imagínense lo que se pensaba de aquéllos que por uno u otro motivo, se pasaban al odiado enemigo nazi, y tomaban las armas contra sus compatriotas. Otro ejemplo. En Prusia oriental, los rusos soviéticos llevaban por un arcén de carretera a tres vlasovistas presos. Por la carretera apareció un tanque T-34. En el momento en que el carro blindado pasaba junto a ellos, uno de los prisioneros se escapó y se tiró bajo el tanque. Aunque el tanquista trató de evitarlo, el borde de la oruga del tanque lo aplastó. El pobre prisionero continuaba revolviéndose, la sangre le salía a espumarajos por la comisura de los labios. Había preferido una muerte de soldado a la ignominiosa ejecución por horca o disparo en la nuca que le esperaba en alguna oscura mazmorra por traidor. Como no podían esperar ninguna indulgencia, combatían con tanta desesperación. Otra vez sigo a Solzhenitsyn en sus memorias: «en nuestro cautiverio, igual que en el alemán, nadie lo pasaba peor que los rusos. Esa guerra nos descubrió que en la tierra no hay nada peor que ser ruso».

Aún así, la primera y la última acción autónoma del ejército de Vlasov fue contra los alemanes. Ahí les pudo su corazón ruso aunque supieran que estaban perdidos, ocurriese lo que ocurriese, por lo cual en sus momentos de ocio, le daban, pero bien dado, al vodka, para calmar su ansiedad. Desde las ofensivas de 1944, el Ejército Rojo había alcanzado los ríos Vístula y Danubio, en medio del desastre general alemán. El general Vlasov, a fines de abril de 1945 reunió cerca de Praga sus divisiones de rusos «traidores a la patria». El general de las SS Steiner se disponía a destruir la hermosa capital checa, antes que entregarla al Ejército Rojo. Vlasov se puso al lado de los checos sublevados ¡en contra de los alemanes! Toda la rabia contenida, acumulada contra los alemanes durante los tres años de servidumbre por los vlasovistas, fue descargada con tal violencia que expulsaron a los alemanes de Praga (el Tercer Reich ya hacía días que se había rendido). ¡Sea como sea, Rusia es Rusia! Sí, Praga fue liberada por los rusos del yugo alemán…pero…¿qué rusos? No fueron los del Ejército Rojo, fueron los vlasovistas, que supongo que querían ganar puntos ante los americanos, a quienes pensaban rendirse.

Muy poco después de esta acción, el ejército de Vlasov trató de rendirse a los americanos, pero éstos le recibieron con enorme hostilidad y forzaron la rendición a los soviéticos. No tenían opción, ni unos ni otros, pues esto había sido previsto en la Conferencia de Yalta. Fue una entrega de rusos al mando soviético, como la que propició Churchill de 90000 cosacos, también considerados traidores a la madre patria, en mayo de 1944. Otra consecuencia de los tratados secretos entre los aliados occidentales y los soviéticos.

Durante décadas, la palabra «vlasovista» sonó en la URSS como «basura», razón por la que nadie se atrevió a pronunciar ninguna frase con tan deleznable adjetivo. Solzhenitsyn recuerda en su obra las aventuras y desventuras de los vlasovistas y grupos similares (prevlasovistas, cosacos, musulmanes, bálticos…): centenares de miles de jóvenes entre los 20 y 30 años que pelearon desesperadamente contra sus compatriotas aliados con su peor enemigo, el nazismo. El mismo Solzhenitsyn se permite una profunda reflexión: «Quizás debamos recapacitar: ¿quién es más culpable, estos jóvenes o la vetusta patria?».

Vlasov acabó malamente, como era de esperar. Fue juzgado y sentenciado a muerte en Moscú. Fue ahorcado el 2 de agosto de 1946. Muchos soldados de Vlasov, enviados a la URSS, fueron ejecutados con ametralladoras al bajar de los trenes que los transportaban. Otros, enviados al Gulag (los campos de concentración soviéticos), condenados a trabajos forzados de por vida. En 1955 (ya había muerto Stalin), se perdonó la vida a varias decenas de miles que todavía sobrevivían. Vlasov y los vlasovistas, traidores a su pesar

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