Durante la Operación Barbarroja cayeron en manos de los alemanes unos 3,5 millones de soldados soviéticos, dada la sorpresa que produjo el repentino ataque alemán contra la URSS, que cogió a las tropas soviéticas y a sus mandos desprevenidos. A comienzos del año siguiente habían fallecido dos millones de prisioneros soviéticos por diferentes causas. Muchos murieron mientras eran desplazados a pie durante cientos de kilómetros hacia los campamentos de prisioneros abiertos en el oeste. Otros pasaron a mejor vida cuando eran transportados en vagones de mercancías que permanecían abiertos a pesar de las bajísimas temperaturas del invierno ruso. Otros fallecieron de hambre y frío encerrados en míseros barracones de madera. La doctrina nacionalsocialista consideraba inferiores a los pueblos eslavos, y si además eran bolcheviques, razón de más para ser tratados peor que animales. Además de las múltiples penalidades sufridas por estos hombres, los nazis lanzaron consignas que incrementaron todavía más las bajas: “los prisioneros de guerra perezosos debían ser fusilados” o “los prisioneros de guerra que no trabajen tampoco deben comer”. A la vista del trato recibido por los civiles y militares soviéticos a manos de los alemanes, a nadie debe extrañar la cumplida venganza que se tomaron cuando las tornas de la guerra cambiaron y fueron los rusos los que entraron en forma de avalancha en el territorio del Tercer Reich.
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