Sigmund Rascher fue uno de los tristemente conocidos médicos de la época nazi. Fue un hombre culto de tradición médica familiar e incluso fue el descubridor de un antihemorrágico. Pero Rascher no dudó en realizar experimentos con seres humanos, y llegó a amenazar a aquellos médicos que no aprobaban este tipo de métodos en pro de la ciencia.
Fue un protegido de Himmler, hasta que un escándalo salpicó su vida. Su mujer, que se casó con Rascher en segundas nupcias, tenía dos hijos. Se fingió encinta y pasado algún tiempo se presentó en casa con un bebé como si fuera suyo propio. No tardó en descubrirse que aquella preñez había sido solamente un simulacro y que el supuesto hijo era un niño robado. Para un asesino, aquella historia era una banalidad. Pero para la hipócrita moral nazi esto no era así. Todo lo que tocaba a la raza, a la natalidad, era sagrado, y aquella tentativa de introducir fraudulentamente un niño, tal vez de sangre impura, se considera una falta que se pagaba con la horca.
La pareja Rascher huyó para ser detenida. Ambos ingresaron en la cárcel. Cuando los aliados se acercaban, Himmler dio orden de ejecutarlos, sobre todo por la conocida locuacidad de la mujer. La señora fue ahorcada y él fue asesinado una mañana mientras le llevaban el desayuno.
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