Se inicia la «Solución Final»

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Reinhard Heydrich, el arquitecto de la «Solución final» contra los judíos

El 9 de noviembre de 1938, cuando tuvo lugar la Noche de los cristales rotos (el inicio de la represión total contra los judíos), el régimen nazi todavía no tenía clara las directrices a seguir con el que calificaban «problema judío». La ocupación de Austria y Checoslovaquia, que puso en manos del Reich muchos ciudadanos de origen judío, exigió dar un paso más en la solución de tan espinoso asunto. Reinhard Heydrich, que ya se había ocupado de temas de seguridad, confió a un colaborador suyo en el gobierno de Praga, Adolf Eichmann, la dirección de un Departamento de Asuntos judíos. Cuando estalló por fin la guerra, la libertad de movimientos de los judíos dentro de los territorios del Tercer Reich se restringió aún más. En enero de 1941 se les obligó a portar el distintivo de la estrella amarilla, y en octubre del mismo año, fueron sometidos a trabajos forzados, dentro de la maquinaria de economía de guerra nazi.

Durante la primera fase de la guerra, Heydrich y Eichmann, como «expertos» en asuntos judíos sugirieron a sus superiores la idea de convertir Polonia en un colosal gueto, donde serían deportados todos los judíos del Reich, de Austria y del protectorado de Bohemia y Moravia, que así se denominaba en ese momento a la zona checa de la antigua Checoslovaquia. Un plan difícil de llevar a cabo.Con las razzias y expoliaciones nazis en los países invadidos, había varios millones de «bocas inútiles y hambrientas», en palabras del cruel gobernador general de Polonia, Hans Frank.

Como las deportaciones, el trabajo forzado, los experimentos científicos con los retenidos, la vida humillante y degradante de los guetos no eran suficientes para eliminar físicamente a todos los miembros de la «raza inferior», fue madurando la idea de exterminio total. Hay que tener en cuenta que la supervivencia de los judíos en esas condiciones miserables acrecentaba el odio visceral y la resistencia contra el invasor nazi. Había que encontrar la solución definitiva. Así, poco después de la agresión contra la URSS, el 31 de julio de 1941, el mariscal Göring encomendaba a Heydrich un proyecto para «la solución total de la cuestión judía en los territorios europeos bajo influencia alemana». Heydrich y sus colaboradores se pusieron manos a la obra y, en enero de 1942, el «Carnicero de Praga» (así era llamado Heydrich) presentó su plan, que consistía en trasladar en masa a los millones de judíos que vivían en Europa hacia el oriente ruso, para ser empleados como fuerza de trabajo. El método elegido era la eliminación física de los judíos mediante el obligado trabajo forzoso.

Se había puesto en marcha una brutal máquina de destrucción y muerte, que Heydrich no pudo ver a pleno rendimiento, pues fue objeto en Praga de un atentado perpetrado por la resistencia checa en junio de 1942, que se lo llevó al otro mundo. Los que sí lo vieron fueron sus colaboradores, con Eichmann a la cabeza. Al comenzar definitivamente las deportaciones y eliminaciones masivas, los campos de concentración se transformaron en fábricas de muerte, cuyas chimeneas despedían por doquier el humo de los hornos crematorios, donde los nazis se deshacían de los fallecidos. Precisamente, los campos de concentración fueron los «monumentos» más duraderos del Reich de los Mil años. Un monumento al sufrimiento, la humillación y la muerte de millones de seres humanos. Estos campos representan la crueldad elevada al rango de profesión de Estado, al sadismo ejercido contra los deportados. Aún hoy resulta difícil creer que alguien haya sido capaz de crear una organización tan refinada y perfecta al servicio del exterminio masivo, con una red de complicidades en todos los niveles de la sociedad alemana.

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