
Tras la rápida ocupación de Dinamarca y Noruega, el denominado Plan Amarillo (Fall Gelb), el nombre el clave de la gran ofensiva alemana en el frente occidental, se retrasó hasta en 29 ocasiones. Por fin, en mayo de 1940 parecieron darse las condiciones necesarias para llevarla a cabo con éxito.
El plan de operaciones Sichelschnitt («golpe de hoz»), diseñado por el teniente general Erich von Manstein desde otoño de 1939, fue considerado por el Alto Mando del Ejército alemán como muy arriesgado. Quizás por eso mismo fue por lo que lo escogió el Führer. Consistía en invadir Holanda y Bélgica, a fin de atraer a las tropas británicas y francesas hacia Bélgica. La previsible maniobra aliada debía facilitar así el principal ataque alemán a través de Luxemburgo, las Ardenas y el norte de Francia hacia el Canal de la Mancha, lo que acorralaría a las tropas aliadas en el norte de Bélgica, como así habría de ocurrir. Hitler, para variar, no tenía ningún problema en invadir 3 estados neutrales: los países del Benelux.
Contra la potente línea Maginot, creada por los franceses a lo largo de la frontera franco-alemana después de la Gran Guerra (se construyó entre 1922 y 1936), y en previsión de una ataque alemán, los alemanes sólo habían previsto efectuar ataques de distracción. A lo largo de esta frontera, la potencia de las tropas alemanas y francesas era bastante similar, aunque se diferenciaban en cuanto al número de efectivos y armamento. No obstante, y debido a esta relativa proporción de fuerzas, la táctica y la estrategia se iban a revelar decisivas. Y ahí, los alemanes eran superiores, al menos en los primeros estadios de la guerra.
El 10 de mayo de 1940 comenzó la ofensiva alemana en el frente occidental, a través de Luxemburgo, llegando hasta la ciudad holandesa de Nimega, un movimiento que sorprendió a los Aliados, absortos como estaban en los diversos movimientos fronterizos de las tropas del Tercer Reich, que habían durado varias semanas sin asestar el golpe definitivo.
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