Francia había caído ante el rodillo alemán y se había visto obligada a a firmar un humillante armisticio el 22 de junio de 1940 en el mismo vagón en el que el Imperio alemán firmó su derrota en la Gran Guerra de 1914-1918. Aquella «Gran Guerra» se iba a quedar pronto pequeña en comparación con la que se estava desarrollando desde septiembre de 1939.

Hitler estaba orgulloso. Muy orgulloso del transcurso de las operaciones. Pero al otro lado del Canal de la Mancha quedaba la inquietante Gran Bretaña, protegida, como siempre, por el mar. Como los intentos del Führer alemán de acercarse por las buenas a los británicos no prosperaron, había que intentar doblegarlos por la fuerza. La resistencia británica se debía en buena medida al empecinamiento del primer minsitro sir Winston Churchill, un primer ministro para la guerra, pero no para la paz, como después del conflicto se demostró. Churchill transmitió a sus compatriotas la firme determinación de resistir a toda costa al enemigo alemán. Y lo supo hacer muy bien a través de sus vibrantes discursos en la BBC y en el Parlamento. Lo de defender la isla, lo de no rendirse jamás, se imprimió a sangre y fuego en el ADN de todos y cada uno de los británicos, que aguantaron como pudieron la brutal ofensiva aérea nazi contra sus ciudades. Pero no parecia suficiente el castigo de la Luftwaffe, pues los ingleses continuaron con su firme convicción de no rendirse jamás al enemigo. Y más aún cuando sus pilotos combatían con gran eficacia contra sus homónimos alemanes, algo que elevó más aún, si cabe, la moral del pueblo británico.
Los alemanes tenían un plan B si fracasaba el bombardeo intensivo del suelo inglés. Una invasión desde el continente, una operación que llevaba en clave el nombre de «León Marino». La psicosis de una más que probable invasión anfibia comenzó a extenderse entre los británicos. Durante todo el verano de 1940, el que más y el que menos creyó ver acercarse a la flota alemana y se contaban historias nunca contrastadas de que los nazis ya habían desembarcado en algún punto de la extensa costa británica. Pero eran todas falsas alarmas…
…Hasta el día 16 de septiembre del mismo año 40, cuando la prensa aliada afirmó que los alemanes habían lanzado por fin León Marino, basándose en confusas noticias, que aseguraban además que la operación había sido abortada en los mismos puertos franceses de donde debía partir, por la valerosa acción de la Royal Air Force, la Fuerza Aérea de su Majestad. En EEUU, que todavía no había dado el pistoletazo de salida de su intervención en el conflicto (por el momento consideraba la guerra un asunto estrictamente europeo), el diario New York Sun y la revista War Illustrated aseguraron que la matanza entre las tropas invasoras había sido terrible. Se hablaba de decenas de miles de víctimas, ¡hasta de 350000 soldados alemanes muertos o fuera de combate! Cosas de la maquinaria de propaganda en tiempos de guerra, sin duda. Se decía que los hospitales franceses estaban colapsados por la contínua llegada de soldados alemanes afectados por terribles quemaduras, debido a que la aviación británica había arrojado bombas de combustible. La mayoría de los supuestos muertos habrían fallecido por abrasamiento.
En Berlín no daban crédito a las noticias que circulaban por la prensa norteamericana. Los alemanes habían sufrido una descomunal derrota ese 16 de septiembre y no se había recibido información sobre la misma. ¡Inconcebible! Poco a poco, y ante la confusión reinante sobre fuentes poco fiables, estos relatos sobre la fallida operación del paso del Canal fueron diluyéndose. Lo que sí parecía cierto es que algo había ocurrido en la costa del Canal, porque médicos y enfermeras hablaban de numerosos heridos alemanes con graves quemaduras. ¡Pero de ahí a 350000 muertos iba un abismo!
El gobierno británico nunca confirmó o desmintió el ataque con bombas de combustible a una supuesta flota alemana de invasión. Ya sabemos que una de las primeras víctimas en una guerra es la información veraz. Y todas las partes comunicaban lo que convenía a sus intereses. Un mes después de terminar la guerra en Europa, ya en junio de 1945, y ante la presión de la prensa, que quería, necesitaba conocer alguna realidad sobre este episodio tan confuso, salió al paso el ministro de Información británico Geoffrey Lloyd, cuyas explicaciones tampoco aclararon demasiado la cuestión. Lloyd aseguró que no hubo ataque de la aviaciòn británica y que los heridos y muertos alemanes, en un número bastante más pequeño que las escandalosas cifras manejadas en su día por la prensa norteamericana, se debieron al fallo en un experimento alemán que comprobaba la fiabilidad de unos trajes de amianto para proteger a las tropas alemanas en caso de que los británicos hubiesen dispuesto una barrera de petróleo ardiendo entre la supuesta flota de invasión y las costas inglesas. Que estos trajes fueran defectuosos podría explicar las bajas alemanas por terribles quemaduras, que parece que no llegaron al centenar. Algo tuvo que haber, algo tuvo que ocurrir ese día infausto de septiembre, pero nada tenía que ver con la destrucción de una gran fuerza de invasiòn anfibia alemana por la aviaciòn británica.
¿Fue todo un inconfesable plan de los servicios secretos británicos para confundir al enemigo y elevar la moral del pueblo británico?¿Sucedió algo realmente el 16 de septiembre de 1940? Pues algo debió ocurrir, pues parece cierto que se incrementó el número de heridos por quemaduras en los hospitales franceses, y aparecieron cadáveres abrasados en las costas de uno y otro lado del Canal de la Mancha. Quizás fue un accidente que los alemanes prefirieron mantener oculto para no perder la guerra de propaganda, que se libraba en paralelo a la de verdad. Todos los contendientes, aliados y potencias del Eje, silenciaban de la mejor manera que podían sus accidentes o errores graves para evitar el hundimiento de la moral de las tropas o la confianza de la gente en sus dirigentes. Lo que ocurrió ese día de septiembre de 1940 permanece todavía en la nebulosa de la Historia.
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