El Obispo austriaco Alois Hudal (1885-1963) fue una pieza importante en la evasión de muchos nazis tras la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Cuando Adolf Eichmann (mucho antes de ser secuestrado por los servicios secretos israelíes y ser llevado a Jerusalén para su juicio y ejecución), uno de los responsables de la Solución Final, dijo que pudo escapar a Sudamérica gracias a Hudal, el Obispo pronazi manifestó públicamente: «Mi deber como cristiano es ayudar a quienes están en peligro». Hudal era responsable de una agencia que actuaba a las órdenes de una organización de refugiados del Vaticano y que ayudó a escapar a numerosos nazis, responsables de crímenes de guerra y contra la Humanidad. El Vaticano expidió pasaportes sólo a quienes se declararon católicos. Igual que Eichmann citó a Hudal cómo el hombre que le ayudó a escapar, el nombre de este obispo austriaco, aparece en las declaraciones de otros muchos criminales nazis posteriormente capturados. Por ejemplo, el Doctor Gerhard Bohne, acusado de la muerte por eutanasia de 15000 personas, escapó a la Argentina, siendo detenido en marzo de 1964. En su interrogatorio, Bohne aludió a Hudal y «a la caritativa ayuda prestada a muchos fugitivos».
Hudal publicó un libro en 1937 titulado Los fundamentos del Nacional-Socialismo, saludado con gran alborozo por la prensa nazi. En él, el obispo proclamaba sus puntos de vista afectos a la doctrina hitleriana en las primeras etapas del movimiento. Estaba de acuerdo con lo que él denominaba «acciones defensivas» nazis. Justificó el movimiento nacional-socialista afirmando que estaba imbuido de cultura cristiana por los cuatro costados, aunque pareciese todo lo contrario. A la vista de los escritos de Hudal, se hallaba completamente obsesionado con el bolchevismo, al que calificaba de Anticristo. Como Hudal lo que más deseaba era la destrucción del Diablo Bolchevique, pensó que lo más eficaz sería la alianza entre la Iglesia y los nazis.
Todas las hojas parroquiales y publicaciones diocesanas católicas, excepto el Berlín See, se hicieron eco de propaganda antisemita, sancionada y aprobada por el Ministro de Propaganda Dr. Goebbels y Johann von Leers, el subalterno que más «entendía» de temas judíos en el ministerio. Respecto al asunto de los judíos, Hitler le comunicó al obispo católico Wilhem Berning el 26 de abril de 1933: «Yo me limito a hacer lo que la Iglesia ha estado haciendo durante mil quinientos años», justificando de alguna forma el odio nazi hacia los judíos y su posterior actuación de exterminio. Los clérigos protestantes también se hallaban informados de la posición nacionalsocialista respecto a los judíos. Su líder era el Capellán Ludwig Müller, confidente de Hitler. Con motivo del 50ª cumpleaños del Führer, en 1939, los obispos católicos y protestantes, excepto los de dos diócesis, propusieron a todos los alemanes una plegaria por su Führer, que rezaba así: «Recuerda, ¡oh, Señor!, a nuestro Führer, cuyos secretos deseos Tú conoces mejor que nadie». Los deseos inconfesables de Hitler los conocían todos pues habían quedado suficientemente expresados en las Leyes de Nuremberg. Las Leyes de Nuremberg eran un conjunto de postulados de carácter racista y antisemita adoptadas por unanimidad el 15 de septiembre de 1935 durante el séptimo congreso anual del NSDAP. Refiriéndose a este corpus legislativo excluyente, el Obispo Hudal lo expresó como «inevitables contramedidas contra elementos extraños». Unos daños colaterales irremediables, como se dice ahora. Era evidente la connivencia entre numerosos miembros de las jerarquías de las dos Iglesias alemanas con el régimen nazi en cuanto a la cuestión judía (y en otras más).
Alois Hudal fue el enlace entre la corte de Hitler y el Vaticano. Con la invasión de la católica Polonia, que marca el inicio de la brutal conflagración que asoló el mundo entre 1939 y 1945, el nuevo Papa Pío XII publicó una encíclica que obviaba la agresión nazi al pueblo polaco. En cambio en ella aludía a «las almas descarriadas, tanto del pueblo judío como de otras procedencias, que se aliaban con miembros de movimientos revolucionarios o los promovían», refiriéndose en este caso, por supuesto al peligro bolchevique. Los nazis vieron en estas palabras del Papa una justificación y pleno apoyo a sus planes para defenderse de una supuesta conspiracion entre judíos y comunistas.
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