Incluso en un conflicto de amplitud y crueldad extrema como fue la Segunda Guerra Mundial, se dieron casos de matanzas difíciles de entender, a pesar de que el hombre es un animal capaz de lo peor (y de lo mejor) sobre todo en un entorno de brutalidad como fue la mayor guerra que los hombres han conocido. Dentro del ambiente del combate existen soldados o civiles armados que, ya sea por embriaguez, desesperación o por pura depravación cometen barbaridades que ni siquiera las leyes de la guerra pueden admitir. El historiador Norman Davies se hace eco de varios casos, que vamos a detallar brevemente a continuación, y a los que yo voy a añadir otro más cometido por las tropas aliadas occidentales. Hay atrocidades que sobrepasan los límites de la comprensión humana.

Estamos en el día 10 de junio de 1944. Por tanto las tropas aliadas ya han desembarcado en Normandía y se desparraman por la región en busca de la liberación de Francia. Pues he aquí que la división panzer «Das Reich», compuesta por miembros de las SS, trata de alcanzar Normandía desde el suroeste de Francia. En estas estamos cuando una compañía del regimiento «Der Führer» se dejó caer en el pueblo de Oradour-sur-Glane e hicieron una escabechina terrible, pues quemaron vivos a sus habitantes, entre ellos algunos refugiados republicanos españoles. Murieron 642 personas y el pueblo quedó calcinado. ¿Por qué este horror? ¿Qué tipo de locura se adueñó de los soldados? El responsable último de la matanza, el capitán de la compañía, falleció poco después en Normandía y no pudo ser interrogado. La división estaba enormemente frustrada pues avanzaba con gran lentitud por Francia a consecuencia de las emboscadas y sabotajes a los que les sometía la Resistencia. Un oficial de la división, muy popular entre la tropa había sido secuestrado el día anterior, y se suponía que había sido ejecutado por el maquis, que extendía de esta forma el terror de la guerra de guerrillas. Existían discusiones entre los soldados sobre el reparto del botín adquirido por medio del saqueo. Muchos debieron sentir que se les estaba yendo la cabeza y que algún día tendrían que pagar ante un tribunal disciplinario. Y la tomaron con la gente del pueblo de Oraudour, que acabó pagando todas juntas las frustraciones de los soldados alemanes. ¿Fue así realmente? ¿Los soldados alemanes perdieron la cabeza por estos hechos? Nunca los sabremos.
En agosto de 1944 también se produjeron barbaridades en el contexto del Levantamiento de Varsovia. Especialmente sucedieron en los barrios de Wola y Ochota, donde menudeaban las fábricas, los edificios públicos, hospitales y viviendas de bajo coste. El problema era que se encontraban en mal lugar y en mal momento. Por allí pasó el Grupo de Asalto de las SS cuando se dirigían desde las líneas alemanas en los suburbios de Varsovia hacia el centro urbano, controlado por los rebeldes. No sabemos por qué razón, en lugar de enfrentarse al Ejército del Interior polaco, que era el que les disparaba y el que en realidad se oponía a su avance, el Grupo sufrió una especie de ira colectiva que le llevó a descargar toda su saña y rabia acumuladas contra la población civil, perpetrando contra ella todo tipo de atrocidades durante varios días. Algunos ejemplos de la locura alemana: reunieron a una multitud de hombres y mujeres en el patio de una iglesia y los ejecutaron con ametralladoras; descuartizaron a otros muchos con sables y bayonetas, incluidas mujeres embarazadas; invadieron a sangre y fuego los hospitales de la zona, acabando con los pacientes y mutilando al personal sanitario; cortaron en trozos a numerosos niños y por último, y para rematar la faena, incendiaron las calles convertidas en ríos de sangre. Entre cuarenta y cincuenta mil polacos fueron víctimas de un grupo enloquecido de convictos alemanes y desertores rusos especialmente crueles que se dieron el gustazo de matar a la gente con los métodos más crueles que se les ocurrieron. De nuevo pregunto, ¿cómo explicar esta orgía de sangre, ferocidad y sadismo?

Otro ejemplo más de la sinrazón del ser humano. En octubre de 1944, se produjo en la frontera de Prusia Oriental otra de esas matanzas difíciles de entender. Hasta aquí llegó el arrollador avance del Ejército Rojo. El 21 de este mes, un grupo de soldados soviéticos se acercó al pueblo alemán más cercano, Nemmersdorf, lo arrasó, masacrando a sus habitantes y retirándose por donde habían venido. Los alemanes llegaron allí dos días después y fotografiaron los despojos del exterminio. Al ministro de Propaganda nazi J. Goebbels no se le ocurrió otra cosa que dar publicidad a las bestiales imágenes para mostrar a su pueblo de lo que eran capaces las hordas soviéticas con el ánimo de que los habitantes de los lugares por donde pasaban el Ejército Rojo se defendiesen hasta la extenuación. Pero Goebbels se equivocó en esta ocasión. Cuando la gente vio en la prensa nazi las fotos de mujeres alemanas desnudas y crucificadas a las puertas de los establos, dijeron «pies para que os quiero» y abandonaron sus hogares. Para más inri, corrió el rumor de que la masacre había sido obra de los propios nazis, como un acto de propaganda más ante el propio pueblo alemán. Pero nunca se sabrá.

Nadie está libre de tirar la primera piedra en esto de las matanzas difíciles de entender. También los soldados aliados occidentales cometieron sus propias matanzas, menos difundidas por ser los vencedores y los representantes de las democracias liberales que se enfrentaron en la Guerra Fría al antiguo aliado soviético. Por ejemplo, la denominada Masacre de Dachau, en la que un grupo de soldados norteamericanos de la 45ª División de Infantería mataron en el campo de concentración de la ciudad a entre 50 y 100 soldados alemanes que se habían rendido. El hecho tuvo lugar el 29 de abril de 1945, cuando la guerra en Europa estaba a punto de terminar. Nada así es justificable, pero en este caso, la masacre se produjo una vez que los soldados estadounidenses se encontraron fuera del campo de concentración con vagones de carga repletos de cadáveres en estado de descomposición. Otros muchos muertos fueron encontrados dentro del campo, ejecutados horas antes de la captura de Dachau por los aliados. Ante la vista de tal perversidad e ignonimia, algunos soldados debieron perder la cabeza y se liaron a tiros con los prisioneros alemanes, presuntos responsables a su vez de la barbarie cometida sobre los internos del campo de concentración. Casos como estos debieron darse por centenares. Una locura colectiva en la que es difícil mantener la cabeza fría. En los actuales conflictos que los analistas denominan «de baja intensidad», estos casos deben producirse un día sí y al otro también, generando millones de refugiados.
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