Cuando los alemanes, en su primera embestida contra la URSS en junio de 1941, destruyeron en sus aeródromos más de 1800 aviones soviéticos a los cuales no les dio tiempo a despegar, perdieron 35 aparatos propios, muchos de ellos por “fuego amigo”, que en este caso se concretó en las nuevas bombas de fragmentación de dos kilos de peso (que no debían de haber sido todavía muy probadas), que obstruían en ocasiones la lanzadera y explotaban dentro del propio avión. Estas bombas eran los “huevos diabólicos”.
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