Los Estados bálticos en junio de 1940

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Los Estados bálticos en junio de 1940. Miembros de la guerrilla estonia
Miembros de la guerrilla estonia

Los Estados bálticos en 1940 eran independientes. Pero Stalin era un digno sucesor de sus predecesores zaristas, y nunca olvidaba cuando le hacían alguna picia. Trotski, su antiguo camarada, fue testigo de ello. Él y muchos más. Era un imperialista declarado, por mucho que hablase de cosas como la doctrina del «socialismo de un solo país«, nacida al mismo tiempo que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1924. Los rusos habían perdido territorios del viejo imperio de los zares a consecuencia del Tratado de Versalles. Por entonces, el presidente norteamericano Wilson había lanzado su propia doctrina de «autodeterminación nacional«, que no gustó nada a los nuevos dirigentes bolcheviques. Pues es a este ideario wilsoniano al que se habían aferrado como a un clavo ardiendo numerosos líderes del centro y este de Europa después de 1918 para mantener u obtener autonomía e independencia respecto a las potencias que habían salido peor paradas de la Gran Guerra de 1914-1918: los imperios ruso, alemán y austro-húngaro. Cuando los bolcheviques ganaron la guerra civil rusa a los partidarios del Zar, Stalin había sido nombrado en su día por Lenin comisario para las nacionalidades. Una vez liquidado el conflicto interior, el Ejército Rojo trató de reconquistar las antiguas provincias zaristas desgajadas del gigantesco imperio de los Romanov. El imperialismo ruso, a pesar del cambio de régimen, no había perdido un ápice de su fuerza de siglos pasados. Los comunistas eran tan imperialistas como los zaristas. Así que los rusos volvieron a ocupar Ucrania, Bielorrusia, y los territorios del Cáucaso, Asia Central, Siberia y Mongolia Exterior, que se habían independizado aprovechándose de las circunstancias y del mal momento que atravesaba el poderío ruso.

Pero hubo algunos territorios que no fueron reconquistados en los años 20. Y Stalin se guardó la venganza para más tarde. Los dirigentes soviéticos, con Stalin a la cabeza, consideraban Polonia, Finlandia, Estonia, Lituania y Letonia como parte del sagrado suelo ruso (y eso que Stalin era de origen georgiano, un territorio caucásico). En la primavera de 1940, Polonia y Finlandia ya habían sido objeto del ataque y victoria del Ejército Rojo, pero con serias dificultades, sobre todo en el caso finés. Polonia, repartida con los alemanes. Finlandia, a pesar de su resistencia  y haber ocasionado grandes bajas al ejército soviético, perdió parte de su territorio.

Quedaban indemnes aún los Estados Bálticos en 1940, que todavía permanecían independientes, como miembros soberanos de una maltrecha Sociedad de Naciones, a la que ni alemanes ni soviéticos respetaban demasiado, la verdad sea dicha. Los Estados bálticos no eran de cultura rusa. Incluso religión e idioma nada tenían que ver con los rusos. Los zares los habían engullido en viejas y olvidadas guerras de Rusia contra Suecia y Polonia, y como consecuencia de tratados que nadie recordaba. Ni los ocupantes, ni la población nativa. Estonia y Letonia formaron parte durante siglos de la corona sueca y eran de religión mayoritariamente protestante. Lituania era predominantemente católica y durante muchos años formó una potente asociación política con Polonia. Pero los tres Estados contaban con importantes minorías judía y alemana. Ninguno de ellos quería saber nada de la Unión Soviética. Lo malo es que los soviéticos sí que querían saber de ellos. Aún más, querían recuperar lo que consideraban suyo. Imperialismo obliga…

Durante la campaña de Polonia de septiembre de 1939, la que abrió la Segunda Guerra Mundial, ya sabemos que soviéticos y alemanes atacaron al alimón y se repartieron la desgraciada república polaca. El Ejército Rojo había arrebatado la ciudad de Wilmo (Vilna) a Polonia y Stalin se la había regalado a Lituania. Los lituanos no se dieron cuenta en aquel momento, pero el regalito estaba envenenado, pues les hizo bajar la guardia ante un hipotético ataque soviético. Tras las dificultades del Ejército Rojo en la guerra de Invierno contra Finlandia, Stalin prefirió utilizar la astucia más que la fuerza, situando en principio un numeroso contingente militar en las fronteras de los tres pequeños países bálticos. Y como hizo con Finlandia anteriormente exigió concesiones, en forma de territorios y bases militares. Por último ordenó a los comunistas de los tres países que solicitaran «protección a Moscú frente a la agresión extranjera«. Los gobiernos bálticos dudaron y los soviéticos aprovecharon para entrar y restaurar el orden, tras lo cual el NKVD realizó sus famosas purgas, que acabó con la cuarta parte de la población de estos países. Tal fue el precio de la «protección» soviética. Pero es que después llegaron los nazis, dentro de su plan de invasión de la Unión Soviética, la Operación Barbarroja. Posteriormente los soviéticos volvieron a ocupar los Estados bálticos, que no recuperaron la independencia hasta después de la desintegración de la Unión Soviética, ya en 1991.

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