Todos los ejércitos tienen sus apodos para el enemigo e incluso para sus propios aliados. Los ingleses eran los «Tommies» y los rusos, «los Ivanes«, para los alemanes. Los británicos solían llamar a los alemanes «los Krauts» («los que comen col») o «los hunos«, como en la Primera Guerra Mundial. El Ejército Rojo combatía contra «los Fritz» (los alemanes). Pero dentro de cada una de estas denominaciones se escondían numerosas contradicciones, ya que no todos los miembros de los «Tommies» eran ingleses, ni todos los Ivanes eran rusos, ni todos los Frtiz eran alemanes.

Centrémonos en este post en los ejércitos soviéticos. Aunque fuera de la URSS, los ejércitos soviéticos, el Ejército Rojo, era conocido de forma genérica como “los rusos”, en realidad estaba constituido por soldados de setenta nacionalidades reconocidas oficialmente por el Estado soviético. Los rusos “de verdad” conformaban un 55-60% de la población de la URSS, pero el resto no eran rusos, aunque muchos colectivos culturalmente sí que estaban «rusificados”. En época de los zares, los bielorrusos y los ucranianos estaban asimilados a los rusos y así continuó siendo en época soviética. Los rusos constituían la oficialidad del Ejército Rojo y las órdenes se daban en ruso, el idioma oficial de la Unión Soviética.
De hecho, los rusos eran los habitantes de lo que se llamaba en época zarista, la “Gran Rusia”. Ucrania era la “Pequeña Rusia”. Para todos los demás, ambos eran conocidos como “los moscovitas”, ya que Moscú era el centro neurálgico del Estado expansionista ruso (constituido realmente en origen por la Gran y la Pequeña Rusia). Además los rusos trataron de expandirse a costa de otros pueblos eslavos, algunos de los cuales acabaron por considerarlos como una especie de “hermanos mayores”. Pero hubo otros pueblos que también fueron objeto de la expansión rusa y que no eran eslavos. Entre estos estaban los finlandeses, los pueblos bálticos, georgianos, armenios y los habitantes de las interminables estepas del Asia Central y de Siberia. Respecto a esta amalgama de pueblos dentro de sus fronteras, los dirigentes bolcheviques soñaron con un Estado de homo sovieticus, según describe Norman Davies: leales comunistas de cultura rusa. Pero nunca fue posible, pues había demasiadas diferencias étnicas y culturales entre los rusos y los pueblos más aculturados, como los del oriente europeo, y los asiáticos e incluso caucásicos (aunque el mismo Stalin era georgiano, es decir, de origen caucásico). No hubo homogeneidad cultural en los extensos territorios soviéticos, por tanto. No como en los EEUU. Pero todos ellos fueron obligados, en mayor o menor medida, a participar en la Segunda Guerra Mundial. Tantas diferencias culturales y étnicas terminaron por estallar. A la menor oportunidad, se declararon independientes en una miríada de repúblicas. Como cuando aprovecharon la guerra civil de 1918-1921, como en la época de Gorbachov, a finales de la década de los 80 y comienzos de los 90 del siglo XX. Así que, como vemos, los “ejércitos rusos” o “los rusos”, como eran conocidos tanto por sus aliados como por el enemigo nazi, no eran tan rusos como estos suponían. Eran los ejércitos soviéticos, el Ejército Rojo.
Los ucranianos eran la minoría soviética más numerosa, y su idioma estaba estrechamente emparentado con el ruso (como el alemán y el neerlandés, por ejemplo). Ya hemos dicho que el ucraniano era una especie de ”hermano pequeño” del ruso, peros sometido a su férula. A pesar de todo, Stalin, contra viento y marea, contra todo y contra todos, llevó a cabo en Ucrania (y no solamente aquí) una política de colectivización forzosa que se llevó por delante a más de 10 millones de ucranianos, muchos de los cuales fallecieron de hambre entre 1932 y 1933 y como resultado de la sanguinaria política instaurada en el Gran Terror estalinista. Por ello, no es de extrañar que muchos ucranianos se alistasen voluntarios en la Wehrmacht alemana y combatiesen contra el “Gran hermano” ruso, que no había sabido entender sus peculiaridades. Era el momento de vengarse de los abusos del “hermano mayor”, encarnado en la cúpula del régimen soviético, aunque fuese a costa de aliarse con el enemigo de todos los eslavos.

Como los habitantes de Asia Central estaban muy lejos del “fregao” en que se había convertido Europa, e incluso de las estepas rusas más allá de los Urales, no movieron ni un dedo por sí mismas por enviar a sus jóvenes a luchar contra los alemanes. Pero es que entre los territorios asiáticos soviéticos había tantas diferencias culturales y étnicas que les impedían ofrecer un frente común contra Moscú. De hecho, el Ejército Rojo consiguió reclutar muchos soldados, muchos de los cuales eran musulmanes, en estas latitudes, cuyos dirigentes no se pusieron de acuerdo para negárselos al Zar rojo de Moscú.
El soldado alemán imaginaba que luchaba contra los rusos, pero los jerarcas nazis, en esta ocasión más realistas (por una vez, y sin que sirviese de precedente), hablaban de las “hordas asiáticas” o de los “descendientes de Genghis Khan” procedentes de los confines del Asia central. Pero es que en realidad pareció que iba siendo así, pues a medida que avanzaba la guerra, el Ejército Rojo se “asiatizó” por la disminución de los efectivos propiamente europeos, que habían sufrido la primera gran acometida de la Operación Barbarroja. Una vez contenida la avalancha alemana, el Ejército Rojo comenzó a recuperarse, y después a avanzar hacia occidente con tropas ya plenamente eurasiáticas.
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