La liberación de París y la «Nueve»

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En el verano de 1944, y después del desembarco de Normandía, los aliados contemplaron la posibilidad de la inmediata liberación de París del yugo alemán. Sería sin duda un magnífico golpe de efecto y propagandístico en la guerra. Hitler también consideró esa posibilidad. Pero el Führer mantenía una especie de relación amor-odio con la capital francesa. Cuando entre él y su arquitecto Speer diseñaron Germania, la que habría de ser la capital del Reich de los Mil años, siempre lo hicieron comparándola con la Ciudad de la Luz. Además en algún momento, los jerarcas nazis pensaron que la caída de París en manos aliadas sí que supondría, y esta vez de verdad, el principio del fin de la guerra y la derrota alemana. Así que Hitler decidió la destrucción de París, ordenando al comandante de la guarnición alemana en la capital francesa, el general Dietrich von Choltitz que hiciese los preparativos para ello. Se pensó en volar los puentes que cruzaban el río Sena y los principales monumentos, como la Torre Eiffel o la catedral de Nôtre Dame. Liberar un montón de ruinas no ayudaría precisamente a incrementar la moral del enemigo.

General Dietrich von Choltitz

Pero Hitler no contaba con la iniciativa propia y que las personas pudiesen pensar por sí mismas. Choltitz, por ejemplo, que tras haber combatido en le frente ruso, había tenido tiempo en los pocos meses que llevaba en París, de amar la capital gala. Como no pensaba demoler ni un solo edificio, desobedeció la orden de Hitler, quien no le inspiraba ya ninguna confianza, si es que alguna vez lo hizo. Antes de retirarse de París, sólo pensaba en “amagar un combate de honor”, para salvar la cara ante su Führer. Aunque le salió el tiro por la culata, como luego veremos.

Por otro lado, el general francés Philippe Leclerc, inspirado por el general Charles de Gaulle, decidió por su cuenta liberar París, contraviniendo las órdenes del comandante en jefe aliado en el frente occidental, el general norteamericano Dwight Eisenhower. Eisenhower deseaba llegar al corazón de Alemania directamente y sin entretenerse, a pesar de las presiones de De Gaulle para liberar París cuanto antes. Al fin y al cabo, es la capital de los franceses y oculta una gran simbología para una nación que fue derrotada en la guerra relámpago del verano de 1940, Y que quería revancha contra el tradicional enemigo alemán. Sería un golpe de efecto formidable para ambas partes: negativo para el Tercer Reich, y positivo para los franceses, y por ende, para el resto de aliados.

Eisenhower decidió por fin ceder y apoyar la marcha sobre París. Dentro de la ciudad, la Resistencia se había levantado en armas y acosaba sin cesar a la guarnición alemana. Eisenhower ordenó reforzar las tropas de Leclerc con una división de infantería. Como esperando a sus libertadores, se convocó en París una huelga general, convocada por el proscrito Partido Comunista. Los alemanes, ante la que se les venía encima, destruyeron sus documentos para no dar ninguna pista sobre sus actividades en la ciudad durante los largos años de ocupación.

Liberación de París. Camión oruga de la Compañia Nueve

Los primeros soldados aliados que entraron en París por la Puerta de Italia, pertenecían a la Compañía Nueve, compuesta por 154 españoles, antiguos combatientes del Ejército Republicano en la Guerra Civil española. Sus camiones-oruga tenían nombres tan evocadores como Madrid, Guadalajara, Guernica, Ebro, Teruel o Belchite, es decir, el nombre de batallas de nuestra guerra fratricida. La Marsellesa, el himno nacional francés estalló alegre y feroz por todas partes. Los alemanes aguantaron en algunos edificios, pero en general se fueron rindiendo paulatinamente. El propio general Choltitz no pudo poner en práctica su primitivo plan de evacuar París y también se rindió. Y lo hizo entregando su arma reglamentaria a tres españoles de la Nueve: el extremeño Antonio Gutiérrez, el sevillano Francisco Sánchez y el aragonés Antonio Navarro.

Hubo venganzas. No tanto contra los soldados alemanes como contra los franceses que colaboraron durante la ocupación germana con el enemigo. A muchas mujeres que se hicieron amantes de los soldados enemigos, se las cortó el pelo al cero y se las paseó semidesnudas por las calles, expuestas al escarnio público. Fueron denominadas por el pueblo, femmes tondues («mujeres rapadas», en castellano). La propia esposa del general De Gaulle, Yvonne de Gaulle, se puso al frente de una cruzada cuya furia puritana alcanzó numerosos prostíbulos utilizados preferentemente por los alemanes, pero también a los demás.

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