Las revelaciones del general Mohnke

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Wilhem Mohnke era comandante general de las SS y encargado de la guardia personal del Führer. En el último día, cuando Hitler se suicidó, Mohnke había huido con un grupo que pretendía escabullirse de los cientos de miles de rusos que ya campaban a sus anchas entre las ruinas humeantes de la otrora orgullosa capital del Tercer Reich. Berlín, claro. Se escondió en un sótano de la Schönhauser Allee, donde le sorprendió un destacamento del Ejército Rojo. Se le identificó como comandante de batallón SS, de los que defendían Berlín. Fue interrogado a fondo y los rusos supieron que había acompañado al Führer dentro del búnker en sus últimas horas. Junto con sus allegados, se había encargado de vigilar los refugios existentes bajo la antigua y la nueva Cancillería del Reich, que en conjunto eran conocidos como la «Ciudadela».

Mohnke ayudó a los rusos a localizar los restos del búnker de Hitler. Se explayó contando cómo habíian transcurrido los últimos días y citó los nombres de los miembros más destacados del personal que rodeaba al dictador nazi en sus momentos postreros: secretarios, conductores, ordenanzas, servidores y miembros de las SS que custodiaban a Hitler. Mohnke, una vez capturado, habló por los codos, algo que llamó la atención del perspicaz Stalin. Ni Mohnke ni los demás jerarcas de las SS eran héroes, pues nada más ser capturados, «cantaron por peteneras». Los soviéticos contaron a Mohnke que los canadienses le buscaban para juzgarlo por el asesinato de 35 soldados prisioneros de esa nacionalidad. Así que Mohnke reveló todo lo que sabía y lo que no, se lo inventó. Y entre las cosas que soltó a sus captores, dijo algunas que hiceron sospechar más que nunca al líder soviético sobre los contactos de los nazis con los aliados occidentales. El extraño viaje de Hess a Gran Bretaña sería el primer eslabón de esa cadena de contactos que tendrían como objetivo unir a norteamericanos, británicos y alemanes contra el enemigo común bolchevique. O eso pretendían que creyesen los rusos algunos miembros de las SS. Como Mohnke.

Las revelaciones del general de las SS a los soviéticos continuaron. Les refirió planes de evasión de los responsables nazis de crímenes de guerra; describió los escondites de los Alpes bávaros; la transferencia de oro y dinero a países neutrales (como España, Suiza o Suecia); el ocultamiento de tesoros y obras de arte. Habló de una supuesta Hermandad puesta en marcha por Martin Bormann con el objetivo de proteger a los nazis tras la guerra y de esperar el momento adecuado para el resurgimiento de movimientos neonazis en todo el mundo. Lo que cantó Mohnke a los rusos, o al menos gran parte de sus revelaciones llegaron a los aliados occidentales por filtraciones del propio servicio secreto soviético, que no obstante, nunca quisieron admitir que Mohnke estaba en su poder.  Comenzaba un peligroso y nuevo juego de espionaje que llevó a los otrora aliados a la Guerra Fría. Pero esa es otra historia.

Mohnke fue internado en un campo ruso de Strausberg, donde siguió revelando lo que sabía y lo que no. Los rusos no confirmaron su captura a los aliados occidentales pues sabían que los canadienses le buscaban para responder de su responsabilidad en el asesinato de prisioneros canadienses. Su cómplice en esta matanza, Kurt Meyer, ya había sido juzgado y declarado culpable pero se le puso en libertad más adelante, cuando el asunto había sido olvidado por la opinión pública. Contra Mohnke nunca hubo pruebas suficientes del crimen de los soldados canadienses por lo que nunca fue juzgado por crímenes de guerra, siendo liberado.

Mohke trabajó después de la guerra como representante de ventas de una empresa fabricante de camiones en Barsbüttel. Murió en 2001, con 90 años.

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