Las Juventudes Hitlerianas

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Las Juventudes Hitlerianas (JH) fueron el principal instrumento del que se valió el NSDAP (Partido Nacional Socialista del Trabajo Alemán) para adoctrinar a las futuras generaciones que debían sostener el Reich de los Mil años, El nombre de la organización juvenil nazi data de 1926, y se estructuró a partir de otras formaciones vinculadas a las fuerzas de asalto del partido nazi, las SA.

Entusiastas miembros de la Juventudes Hitlerianas saludan al Führer en 1932

Entre 1933 y 1945 los jóvenes alemanes, por las buenas o por las malas (ya que no cabía negarse a formar parte de la gloria del Tercer Reich), fueron integrados en esta organización de masas que ejercía el papel de adoctrinamiento de las ideas nacionalsocialistas y militares que conllevaban aparejadas. De esta manera se inculcaron en la mente de millones de jóvenes alemanes. Los jóvenes del «nuevo2 Estado, muchos de los cuales estaban fascinados por la personalidad mesiánica del Führer, fueron coaccionados e intimidados, en muchas ocasiones sin ser siquiera conscientes de ello, y abandonaron su infancia y adolescencia en aras de la grandeza del régimen hitleriano. Fueron, en suma, sujetos a la vez activos y pasivos del formidable experimento social diseñado por los nazis. Unos, bastantes, se convirtieron en siniestros verdugos. Lo más, en víctimas de la ideología totalitaria emanada del nazismo. Víctimas de un régimen y de una guerra que les despojó de las más elementales actividades de su edad, y les lanzó a vivir una vida que no les hubiese correspondido en cualquier otro periodo de la Historia.

Las Juventudes Hitlerianas masculinas fueron una organización paramillitar, cuyos miembros vestían uniforme de color negro y mostaza que les hacía parecerse a sus homónimos adultos. ¿Qué niño o adolescente no quiere alcanzar cuanto antes la edad adulta para hacer su voluntad sin que sus mayores decidan por ellos qué está bien y qué está mal? Los uniformes ayudaban a ello. En las Juventudes Hitlerianas estaban los varones de entre 14 y 18 años. Los chavales de 10 a 14 años se encuadraban en la rama infantil, el Deutsches Jungvolk (DJ), Al cumplir la edad pertinente promocionaban al siguiente escalafón. Las chicas se incorporaban a la Liga de las Muchachas Alemanas, que poseía su propia rama para las más pequeñas. Todas ellas vestían su propio uniforme, diferente del de los varones, pues constaba de falda azul marino y camisa blanca. Se peinaban con largas trenzas o moños. De todas estas organizaciones juveniles e infantiles surgieron monstruosos responsables de crímenes contra la Humanidad. Como Irma Grese, apodada la Bella Bestia, que ejerció su cruel ministerio como guardiana en los campos de concentración de Auschwitz y Ravensbrück, entre otros.

En 1936 se prohibió toda organización juvenil que no fuesen las Juventudes Hitlerianas y sus diferentes ramas. Y en 1939 fue obligatorio pertenecer a ellas para todos los jóvenes entre los 10 y los 18 años. Cuando Hitler se hizo con el poder a comienzos de 1933, las JH estaban integradas solamente por unos 100000 muchachos y muchachas. A finales de ese mismo año habían ascendido a dos millones de miembros y a casi cinco millones y medio en diciembre de 1936. En los inicios de 1939, el 98% de los jóvenes alemanes estaban afiliados a las Juventudes Hitlerianas, Pero ni siquiera al cumplir los 18 años se libraban de las garras del Estado nazi. Tenían varias opciones: ingresar en el propio partido nazi (NSDAP), en el Frente Alemán del Trabajo, en las tropas de asalto, en las SS, en las Waffen-SS (cuerpo de combate de las SS) o en el propio Ejército.

Juventudes Hitlerianas femeninas: la Liga de las Muchachas Alemanas

Si alguno se escabullía de cumplir con este servicio obligatorio durante su minoría de edad, el Estado recurría incluso a las SS y a la Gestapo para buscarlos y meterlos en vereda. Es cierto que muchos jóvenes estaban fascinados por la violencia (cosas de una edad en la que es muy fácil fomentar ese tipo de malsano interés) y la personalidad de los jerarcas nazis, sobre todo, de Hitler. Es aterrador ver las imágenes de miles de jóvenes en formación militar, desfilando o vociferando entusiasmados las consignas dictadas por sus líderes, extasiados escuchando los incendiarios discursos del Führer o Goebbels. Así adoctrinados y encandilados, muchos se incorporaron en las divisiones mecanizadas de elite que invadieron el Este. Otros, más fanáticos aún, se encuadraron en los grupos de la muerte (Einsatzgruppen) que «limpiaban» de judíos y comunistas la retaguardia de los territorios conquistados en la URSS y Polonia sobre todo. Fue una juventud fanatizada hasta extremos insospechados que quemaban los libros de los grandes intelectuales alemanes de la época, muchos de los cuales eran judíos, Acosaron, maltrataron y asesinaron a sus propios compatriotas adultos, unos por motivos raciales y otros por tener un comportamiento demasiado tibio (a sus ojos) para con su adorado régimen nazi. Más de uno denunció a sus propios padres por la misma razón, por no involucrarse los sufiiente con la causa nacionalsocialista. Como en la China de la Revolución Cultural.

Pero también eran unos niños en muchos aspectos. Y así podemos encontrar fotografias en los que se les ve llorando cuando han tomado contacto con la cruda realidad de una guerra que dejó de ser ya un juego para convertirse en una amarga realidad: prisioneros de los aliados, reprendidos por veteranos por haberse orinado en los pantalones en la trinchera, o siendo condecorados con la Cruz de Hierro, como aquellos chavalines de 12 años recibidos por un ya demacrado Führer en la primavera de 1945 en el búnker de la Cancillería bajo las bombas aliadas.

En palabras del historiador germanocanadiense Michael H. Kater, «a medida que los patrones democráticos (de la República de Weimar) se derrumbaban, una estructura con un Führer pasó a ser aceptable entre la juventud alemana, y eso facilitó que todos los grupos juveniles se incorporasen a las Juventudes Hitlerianas». Kater ha publicado en 2016 su libro «Las Juventudes Hitlerianas», una obra donde estudia exhaustivamente la organización juvenil nazi.

Los miembros de las JH, además de las experiencias en combate o en campos de concentración como guardianes tras el período de formación en las citadas Juventudes Hitlerianas, se enfrentaron a la más cruda realidad en su propia casa, una experiencia para la que tampoco nadie está preparado, y menos todavía chiquillos de 12, 13 ó 14 años. Me refiero a los bombardeos de las ciudades alemanas por los aliados. Estos jóvenes tuvieron que ayudar a retirar los escombros de los edificios derribados y extraer lo que quedaba de los cuerpos calcinados o sin calcinar de familias enteras. También fueron reclutados como auxiliares de artillería.

Las Juventudes Hitlerianas. Un veterano abronca a un muchacho por haberse orinado en los pantalones

La formación ideológica recibida en las Juventudes Hitlerianas hizo que muchos de ellos pensasen que Alemania era la nación que por derecho natural debía dominar el mundo, que los arios (es decir, ellos mismos) eran la cúspide del ser humano y los judíos, infrahumanos sin derecho a vivir. Esta disciplina moral e ideológica hizo que muchos de ellos, tras pasar por esta fase, se convirtieran en cómplices y culpables directos en otros casos de execrables crímenes masivos contra la Humanidad. Algunos se convirtieron al pasar a formar parte de las SS en fanáticos (más aún si cabe) que cometieron crímenes de guerra. Al final de la guerra formaron parte del Volkssturm, un «ejército del pueblo» formado en gran parte por los más jóvenes y los más viejos, pues el resto o estaba combatiendo o ya había perdido la vida en el frente. Fueron ellos quienes, provistos de las famosas bazucas Panzerfaust, trataron de frenar lo irrefrenable, el irresistible avance de los rusos y angloamericanos en su apuesta por ver quién conseguía llegar primero a Berlín. Niños-soldado movilizados fruto de la desesperaciòn de los fanáticos líderes nazis, que veían cómo se les venía abajo todo el tinglado.

Kater realiza en su libro la siguiente observación sobre el legado para la posteridad de las Juventudes Hitlerianas: «Después de la guerra, prácticamente todo el mundo había formado parte de ellos y podían sentirse avergonzados o culpables, así que no se hablaba del tema».

En la Alemania de la posguerra, muy pocos alemanes podían dejar de sentirse culpables, en mayor o menor medida, del desastre al que les había llevado el experimento sociorracial nacionalsocialista. Había que afrontar la cuota de responsabilidad de cada cual, tanto en el ascenso y mantenimiento en el poder de los nazis, y en la posterior guerra de expansión desatada por Hitler, hasta su inevitable derrota. Lo de inevitable lo digo porque Alemania se enfrentó a unos recursos humanos y materiales superiores en número que acabaron superando la propia fortaleza militar germana, ya de por sí muy potente. Nunca sabremos qué hubiese ocurrido si Hitler hubiese dispuesto de armas de destrucción masiva antes que los aliados. Pero, ésta es otra historia.

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