
«Somos muchos«, decía un viejo proverbio ruso. «U nas mnogo» («somos muchos») debía pensar Stalin cuando enviaba a la batalla y en numerosas ocasiones a una muerte segura a cientos de miles de soldados sin apenas preparación militar. La incuestionable superioridad numérica soviética alentó la fatídica convicción, tan típica del espíritu ruso, de que la vida humana era desechable. Los generales soviéticos se podían permitir y se permitían de hecho el lujo de sufrir el doble y aún el triple de bajas que el enemigo, y aún así ganar la batalla. Stalin ordenó a sus subordinados que enviasen masas ingentes de hombres al campo de batalla con la convicción de que el número bastaba para aplastar al enemigo, sin importar los muertos propios. No le había importado el número de muertos durante la gran colectivización, las purgas y el Gran Terror, como para detenerse ahora ante un enemigo muy superior en armamento y táctica de guerra, como era el alemán. Al menos de momento.
En junio de 1941, cuando los alemanes desencadenaron la Operación Barbarroja y arrollaron a los sorprendidos ejércitos soviéticos en Bielorrusia y Ucrania fundamentalmente, el Ejército Rojo estaba compuesto por unos 5,37 millones de hombres. Diez días más tarde habían sido movilizados unos 5 millones más, y era imposible que hubiesen recibido la instrucción adecuada en tan poco lapso de tiempo. Ni la instrucción ni el equipo ni armamento adecuados, pues nadie en la URSS esperaba algo así. El Ejército Rojo contaba con una minoría de unidades de primera clase que eran acompañadas por otro numeroso grupo de soldados mal instruidos, mal equipados y mal alimentados, que ocupaban las formaciones de segunda y tercera líneas.
En la URSS, más del 10% de la población estaba constituida por trabajadores esclavos. El reclutamiento obligatorio estaba a la orden del día, no solamente en el ejército, sino también en la industria, donde todos los ciudadanos adultos estaban obligados a servir en un empleo adecuado a sus características y en función de las necesidades del Estado. Cada soviet local se encargaba de poner a disposición de los distritos militares a los hombres y mujeres jóvenes para ser instruidos militarmente y adoctrinados políticamente de forma conveniente a los usos y convenciones del estado totalitario soviético. En los distritos militares más cercanos al frente, pelotones armados, presumiblemente dirigidos por comisarios políticos se llevaban por las buenas o por las malas a todos los jóvenes que encontraban. Si alguno se negaba u oponía más resistencia de la esperada, era ejecutado. Si los reclutas se «perdían» por el camino y eran reencontrados, se les ejecutaba, La vida humana en la URSS parecía importar muy poco. U nas mnogo. Somos muchos. La ley de la superioridad numérica soviética.
Los soviéticos, o al menos, sus dirigentes, preferían la cantidad en vez de la calidad. Esta obsesión por la superioridad numérica permite explicar las dimensiones de las unidades del Ejército Rojo y su abundante equipo una vez pusieron a funcionar las fábricas de equipos militares a velocidad de crucero. Ejemplos los tenemos en las divisiones blindadas. Las sovéticas estaban dotadas de 375 tanques, y sus oponentes alemanes, de 209. Otro ejemplo más: una división de fusileros soviética estaba formada por 1200 ametralladoras y la homónima de la Wehrmacht, por 486. La característica superioridad numérica soviética. Cantidad vs calidad. Aunque finalmente, las divisiones del Ejército Rojo acabaron arrollando a sus enemigos y desparramándose por la Europa oriental. La Operación Bagration del verano de 1944 es un ejemplo de la utilización al máximo de la superioridad numérica soviética.
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