En 1940, casi todo el continente europeo estaba en guerra. Hitler había ocupado Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica y Francia, y su imperio se extendía desde el Cabo Norte a los Pirineos y desde la península de Bretaña hasta la frontera con la URSS.
Italia entra en escena, con lo que las operaciones bélicas se amplían a todo el mar Mediterráneo, el sur de Europa y el norte de África. Mussolini va un poco a su aire, agrede a Grecia y lucha contra los británicos en Libia y Egipto, pero sus operaciones están destinadas al fracaso, pues sus tropas no están preparadas. Para desesperación de Hitler, su antaño admirado Duce se convierte en un aliado muy incómodo y tiene que salvarle la cara en numerosas ocasiones. La armada británica no tuvo rival en su homónima italiana en las pocas batallas navales que tuvieron lugar en el Mediterráneo, y continuó dominando a sus anchas el Mare Nostrum. La potente fuerza naval británica garantizaba los suministros a Malta (auténtico portaaviones de los Aliados en medio del Mediterráneo) y Egipto. Por el contrario, y desbordados por la manifiesta superioridad de la Royal Navy, los avituallamientos del Ejército italiano en los escenarios recién abiertos, peligraban. En otoño de 1940, Hitler sabía que tendría que intervenir tarde o temprano en ayuda de los italianos tanto en el norte de África como en la península de los Balcanes. En contrapartida exigiría una colaboración mucho más estrecha entre los dos miembros del Eje Berlín-Roma.
A mediados de 1940, Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Francia habían caído en poder del ambicioso Führer alemán, con lo que Alemania había ocupado las costas francesas del Canal de la Mancha, y estaba en una ventajosa situación estratégica para la previsible ofensiva contra Gran Bretaña. No obstante, los alemanes distaban mucho de estar preparados para una operación anfibia de gran envergadura como la que suponía desembarcar en las costas británicas e invadir el único país que, de momento, le hacía frente. Para realizar esta operación con garantías era necesario bombardear a conciencia las ciudades inglesas, a fin de ablandar al enemigo. Es lo que hizo la Luftwaffe. Pero la subsiguiente batalla de Inglaterra, que así se denominó el combate en los cielos del Reino Unido, se saldó con el primer revés militar de la hasta entonces incontenible maquinaria bélica del Tercer Reich.
Londres y otras grandes ciudades británicas fueron sistemáticamente bombardeadas por los pilotos nazis, lo que ocasionó un tremendo desgaste entre la población civil. Años después, los alemanes probarían de su propia medicina. Pero los efectos de esta brutal acometida fueron los contrarios a los previstos por Hitler: la población británica no solo no se desmoronó sino que incrementó su voluntad y capacidad de resistencia hasta límites insospechados, bien canalizada por el gobierno del primer ministro Churchill, al tiempo que EEUU aumentaba su ayuda material y moral al último estado democrático que quedaba en pie en la Europa occidental.
A finales de 1940, Hitler, preponderante en occidente, dio la orden de organizar la prevista campaña contra la URSS, que comenzaría en 1941, año en el que la guerra entró en una nueva fase que determinó la transformación de la guerra europea en mundial.
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