La posguerra europea.

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La historia que define lo que es Europa ahora mismo, nuestra situación económica, social, política y, por supuesto, cultural, es la posguerra europea de la II Guerra Mundial. Los 10, 20 años posteriores a la victoria aliada son un periodo clave para comprender nuestra vida y, sin embargo, permanece para mucha gente en un limbo de desconocimiento.

Una vez conseguida la ansiada paz, el mundo se para. La destrucción y la muerte dan lugar a la valoración de daños y la consciencia del agotamiento mental, económico, físico y político. La guerra ha terminado y ¿ahora qué?

Este ¿ahora qué? fue especialmente grave después de la II Guerra Mundial y se prolongó durante muchos años. La unión de los aliados se deshizo en el aire tras la derrota de los alemanes y el nazismo. El enemigo era ahora el comunismo que, a su vez, se oponía al capitalismo occidental intentando que los países en la órbita soviética no cayeran bajo su influencia. La política, la economía, las fronteras, todo debía alinearse con un bando u otro. Nadie era nazi nunca más, pero había que decidir: o se era capitalista o se era comunista. Sin medias tintas.

La cultura y la ciencia también tomaron partido. Científicos e intelectuales se organizaron para promover las bondades culturales de uno u otro sistema de acuerdo con sus intereses o ideales.

Terminada la II Guerra Mundial, Estados Unidos se convirtió (aún más) en el motor del mundo occidental. Los préstamos y ayudas del llamado Plan Marshall sirvieron para reconstruir, reorganizar y volver a poner en marcha las economías europeas.

Este sentimiento de sospecha hacia los “angloamericanos” fue aprovechado por Stalin, en 1948, para crear el llamado Movimiento por la Paz en una reunión en Breslavia, Polonia, en un Congreso Mundial.

En el Movimiento por la Paz estuvieron involucrados intelectuales y artistas como Picasso, Louis Aragon, Neruda, Sartre y muchos más y su primer presidente fue Fréderic Joliot-Curie, Premio Nobel de Química en 1935 y esposo de Irene Curie. Los comunistas controlaban todos los movimientos, las publicaciones y las actividades del Movimiento y consideraban con desdén a las élites occidentales involucradas. Eran utilizados como “tontos útiles” que servían de vehículo para la propaganda de la política soviética.

El Movimiento por la Paz consiguió un cierto éxito en sus propósitos entre las élites europeas.

Se creó entonces el otro bando formado por intelectuales europeos que no querían que Stalin ganara la guerra de la propaganda y estaban dispuestos a encabezar una campaña “vendiendo” las bondades de la cultura occidental y del sistema capitalista.

En Berlín, en 1950, se fundó el Congreso para la Libertad Cultural. Se eligió la ciudad alemana para demostrar que su lucha era contra los soviéticos y que Berlín se consideraba territorio del bloque capitalista a pesar de su división.

Bertrand Russell, Benedetto Crocce, Steibenck o Julian Huxley, biólogo y primer presidente de la Unesco formaron parte de este movimiento. Muchos excomunistas, como Koestler o Margarete Buber-Nueman se fueron sumando poco a poco.

Si el Movimiento por la Paz tenía detrás al omnipotente partido comunista soviético, el Congreso para la Libertad Cultural contaba con el respaldo político y económico de la CIA.

Las batallas culturales se dieron en todos los ámbitos: la proyección de películas, los programas de radio, las obras de teatro, las revistas. Una de las más importantes fue la llamada “Batalla del Libro”. Intelectuales comunistas recorrieron ciudades de provincias de Francia, Bélgica e Italia vendiendo y firmando libros y dando conferencias. La idea era vender el concepto de que el comunismo representaba la cultura europea frente a la cultura americana que venía impuesta por un “invasor”.

Los Estados Unidos contraatacaron estableciendo más de 65 Casas de América por toda Europa en las que se podían consultar libros, revistas y periódicos americanos. Fue en este momento cuando el inglés sustituyó al francés como segunda lengua en países como Austria.

La cultura americana era un imán muy potente. Ni los intentos desesperados de los comunistas por acabar con ella, ni los torpes y obvios movimientos propagandísticos de los propios americanos consiguieron acabar con su atractivo.

Ni la cultura, ni el arte ni la ciencia pueden ser apolíticos ni neutros porque las personas no lo somos.

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