La mudanza de Stalin

publicado en: Anécdotas e historia | 0
T-34
Tanque T-34 soviético

Una vez propinado el primer golpe, tan brutal que parecía definitivo, Hitler se las prometía muy felices en la campaña de Rusia, en el verano de 1941. Stalin había quedado noqueado momentáneamente ante la violencia de la traición germana, pero en cuanto se recuperó, tomó varias decisiones que reorganizaron el espíritu de resistencia soviético. Stalin rebuscó entre los legendarios héroes medievales rusos (como Aleksander Nevsky), que en sus tiempos se enfrentaron con éxito a los teutones (también alemanes) para animar al pueblo. Y aunque no le debió gustar un pelo, dejó de perseguir a los popes ortodoxos y los animó a revivir la fe religiosa del pueblo ruso, que, a pesar de dos décadas de poder comunista, no había perdido del todo. No sé si más importante o no que estas medidas espirituales, trasladó la industria estratégica al otro lado de los montes Urales y Siberia, lejos del frente y de posibles ocupaciones o destrucciones alemanas. Y con la industria, los obreros y técnicos que trabajaban en ellas. Inmediatamente los alemanes se dieron cuenta que habían vendido la piel del oso ruso antes de cazarlo. Los generales alemanes dejaron de considerar a los rusos como soldados deficientes.

Entre julio y noviembre de 1941, fueron trasladados 226 fábricas a la región del río Volga, 667 a los Urales, 224 a la Siberia occidental, 78 a la Siberia oriental y 308 a Asia Central. Al otro lado de los Urales, los soviéticos levantaron a marchas forzadas los complejos industriales Uralmashzavod (que fabricó los eficaces tanques T-34), y Tankograd, que desarrolló los tanques KV e IS. La fábrica que producía los cazas Yak fue llevada a Kamenks-Uralsk. Inmediatamente comienzan a producir material bélico a velocidades endiabladas, y en ocasiones se montaron los carros o aviones según se levantaban las mismas fábricas. Tres meses después del inicio de la mudanza, estas industrias producían material bélico a velocidad de crucero. Los obreros trabajaban a destajo espoleados por la propaganda patriótica que emitían los altavoces situados en puntos estratégicos de la fábrica. Estaban dispuestos a cualquier sacrificio para contener y después vencer a los bárbaros germanos que habían osado invadir la Santa Rusia (por mucho que a Stalin aquello de “santo” no le gustase demasiado). Los trabajadores de estas industrias estratégicas de armamento trabajaban en turnos de 10 y 12 horas, con un solo día libre al mes, y pernoctaban en barracones miserables. Había que salvar el país, y recursos humanos y materiales no faltaron, a pesar de la política de exterminio desarrollada por los alemanes en el frente y en la retaguardia de las extensas regiones conquistadas en la primera embestida.

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