Con la Operación Barbarroja, los alemanes entraron en la Unión Soviética a sangre y fuego. Al respecto Hitler ya había dado meses antes de la invasión una serie de estrictas órdenes, en el sentido de que la guerra contra la URSS no se parecería a ninguna otra. No olvidemos la ideología racista del nacionalsocialismo, para el cual los eslavos pertenecían a una raza inferior que no merecía vivir. Y además en el caso de los soviéticos, que eran eslavos (raza inferior a ojos de los nazis), se daba el caso de que representaban el bolchevismo, el gran enemigo ideológico de los nazis, por lo que las operaciones a llevar a cabo tenían mucho que ver con la desaparición física del enemigo oriental. Hitler anunció a los generales de la Wehrmacht meses antes de la traición al Pacto de No Agresión germano-soviético, que la guerra contra los soviéticos se llevaría a cabo ignorando las leyes de la guerra. Sin cuartel. Se concedía expresamente el derecho del soldado alemán a tratar con brutalidad a la población civil de los territorios que se conquistasen y en especial se emitió la Kommisarbefehl u ordenanza sobre los comisarios, por la que los comisarios políticos soviéticos debían ser inmediatamente “liquidados”, pues el Reich no los reconocía como soldados y pensaban que podían ejercer una nefasta influencia ideológica sobre los compatriotas capturados. Los comisarios eran considerados por las altas jerarquías nazis como los “verdaderos responsables de la resistencia soviética”. Así pues, desde las altas esferas del Tercer Reich, se recomendaba el exterminio y la masacre sin complejos ni compasión. Había que destruir a los bolcheviques, y aquí el fin justificaba plenamente los medios. Para qué queremos más, debieron pensar los soldados alemanes: “tenemos carta blanca de nuestros mandos para hacer el burro todo lo que queramos”. Y se pusieron manos a la obra con entusiasmo. Claro, que quien siembra vientos, cosecha tempestades…
Muy pronto, centenares de miles de soldados soviéticos cayeron prisioneros de la Wehrmacht, quien les dispensó de forma habitual un trato cruel e inhumano. Se había puesto en marcha una guerra de aniquilamiento sin precedentes, a la postre el germen de la derrota final alemana.
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