La cuestión judía antes de la Noche de los cristales rotos

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cristales rotos

La proscripción de los judíos pasó por varias fases. Su eliminación física fue el último estadio de un proceso de segregación y condena a la muerte civil, llevado a cabo a través de su aislamiento en la sociedad alemana y el boicot a su actividad económica. En algún momento ya se pensó en deportarlos fuera del territorio alemán y muchos emigraron. Cuando el Tercer Reich se expandió más allá de sus fronteras, quedaron bajo su férula varios millones de judíos, además de los propiamente alemanes, sobre todo en la Europa oriental. Ante tan ingente cantidad de personas, las anteriores medidas segregacionistas ya no eran tan fáciles de poner en práctica y se comenzó a pensar en una drástica y monstruosa solución: la eliminación física de los miembros de esta creencia.

Hasta 1935 se remonta el inicio de la sistemática introducción del antisemitismo real en la Alemania nazi, que hasta entonces había sido más bien de corte propagandístico. Ese año se legisló para distinguir entre ciudadano de primer grado o compatriota, y judío, que pasaba a ser una especie de ciudadano de segunda dentro de la propia Alemania. Con las Leyes de Nuremberg, promulgadas en septiembre de 1935, los judíos descendieron a un status jurídico de miembros de raza inferior. Había comenzado un proceso de progresiva exclusión de los judíos de la vida civil del pueblo alemán. Eran los «otros», y como tal debían ser tratados. Las cosas se ponían feas, y en cuanto pudieron, muchos judíos alemanes emigraron de la que hasta entonces fue su patria. Lo hicieron sobre todo entre 1935 y 1938, antes de que el régimen nazi pasase a una segunda fase más agresiva de política antisemita, en la que se incrementó la presión terrorista estatal y la intimidación hacia todo lo que no sonase a «puro ario», es decir a nórdico y alemán de pura cepa. Las altas esferas nazis todavía no habían madurado ideas precisas para solucionar la cuestión judía. Había algunos, más extremistas que otros, que ya eran partidarios en cierta medida de la eliminación física, pero aún mantenían residuos ideológicos más «moderados». Algunos teóricos del nazismo, como Gottfried Feder, pensaban que los judíos debían ser tratados como extranjeros, pero sin entrar en amenazas de exterminio o «pogromos» contra ellos, algo que sabemos por fin se impondría entre los responsables de tan repugnante crimen.

Cuando tuvo lugar la Noche de los cristales rotos, el 9 de noviembre de 1938, los judíos ya habían sido excluidos progresivamente de la vida civil alemana. Uno de los más estrechos colaboradores de Hitler, Göring, el creador de la Luftwaffe, entre otros cargos (como el de ministro principal de Prusia), ya anticipaba la necesidad de extirpar de raíz el problema judío. Los nazis estaban saqueando a manos llenas los bienes de los judíos (para financiar el rearme, sobre todo y afrontar la crisis económica), aunque hubo emigrantes que lograron sacar del país gran parte de sus bienes.

Con el asesinato en París el 9 de noviembre de 1938 del consejero de la embajada alemana en París, Ernst von Rath, a manos de Herschel Grusnpan, joven judío polaco-alemán, llegó la excusa perfecta para dar una vuelta de tuerca más a la represión, e iniciar una fase más violenta de la misma. Comenzó una auténtica caza al hombre en las calles, ante la aquiescencia de todos. Nadie que no fuese judío, obviamente, protestó en Alemania, nadie osó intervenir en defensa de las víctimas de la persecución nazi. Esa misma fecha, se desató la «Noche de los cristales rotos», orquestada por Reinhard Heydrich, acción violenta destinada principalmente a destruir las tiendas cuyos propietarios fuesen judíos. Dos días después, Heydrich presentó al mariscal Göring el balance provisional de la represalia: 815 tiendas judías destruidas, 171 casas y 191 sinagogas incendiadas, 20000 judìos detenidos, 36 asesinados y otros 36 gravemente heridos. Poca cosa nos parece comparado con la que habría de venir después. Hasta esa fatídica noche, la persecución había tenido más bien un carácter episódico e individual. A partir de este momento se convirtió en colectiva y sistemática, una persecución masiva de crueldad inenarrable que culminó en matanzas como las de Auschwitz, Treblinka o el guetto de Varsovia.

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