La benévola condena de Albert Speer

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La benévola condena de Albert Speer

La benévola condena de Albert Speer. Imagen de los Juicios de Nuremberg
Juicios de Nuremberg

A consecuencia del veredicto emitido en los Juicios de Nuremberg fueron condenados a morir en la horca un buen puñado de gerifaltes nazis: Hermann Göring (número dos del régimen hitleriano, y que nadie sabe cómo, pero se suicidó con cianuro en la prisión para no darles el gusto a los orgullosos vencedores aliados de verle bambolearse de una cuerda como un pelele. El Mariscal quería pasar a mejor vida delante de un pelotón de fusilamiento, y no sufrir la pena ignominiosa de la horca, reservada a la plebe, pero se le negó esa prerrogativa), Joachim Ribbentrop (llamado Von, el pomposo ministro de Exteriores de Hitler, al que tildaban directamente de «estúpido» muchos de sus compañeros de fechorías), Alfred Rosenberg (el ideólogo del régimen), los generales Wilhelm Keitel (el «lacayo del Führer», le llamaban en la corte nazi) y Alfred Jodl, Hans Frank (el siniestro y cruel gobernador general de Polonia), Alfred Frick (artífice de las Leyes Raciales de Nuremberg), Ernst Kaltenbrunner (jefe de los escuadrones de la muerte Einsatzgruppen), Fritz Sauckel (Gauleiter de Turingia y director del progama laboral de esclavos), Arthur Seyss-Inquart (gobernador de Holanda -Países Bajos-), Julius Streicher (director del periódico antisemita Der Stürmer, fundamental en la maquinaria propagandística nazi) y Martin Bormann (el mayordomo del Führer y según algunas fuentes, el verdadero hombre fuerte del régimen nacionalsocialista, condenado in absentia, pues estaba desaparecido, muerto en realidad como se supo unas décadas después). Todos ellos (excepto Göring y Bormann, por razones obvias) fueron ejecutados la madrugada del 16 de octubre de 1946 en la prisión de Nuremberg, donde estaban alojados.

Pero hubo más condenados, en esta ocasión a diferentes penas de prisión. A saber: Rudolf Hess (el antiguo secretario de Hitler que había ido a parar a Escocia de motu propio por oscuras razones), Walther Funk (ministro de Economía) y Erich Raeder (jefe de la Marina), fueron condenados a cadena perpetua. A Hess se le acabó conociendo como el «preso de Spandau«, prisión berlinesa donde con el paso de los años quedó como único inquilino. Baldur von Schirach (jefe de las Juventudes Hitlerianas) fue condenado a veinte años de prisión; Konstantin von Neurath (gobernador-protector de Bohemia y Moravia), a quince años de internamiento; Karl Dönitz (almirante de la Marina alemana, arquitecto de la estrategia de la manada de lobos submarinos en la batalla del Atántico y efímero Führer durante unos días), cumplió diez años y fue liberado el 1 de octubre de 1956.

La benévola condena de Albert Speer. Speer leyendo un libro de arquitectura en su casa
Speer leyendo un libro de arquitectura en su casa en sus últimos años

¿Y Albert Speer, el hombre que da título a este post? ¿Qué fue del poderoso ministro de Armamento, el arquitecto favorito de Hitler, el que diseñó la megalómana capital del Tercer Reich, la que se debía denominar Germania? Speer fue un tipo hábil y escurridizo que logró convencer a los magistrados de Nuremberg de que él era un mero técnico que ignoraba las atrocidades nazis (eso dijeron todos los demás responsables nazis juzgados en ese mismo proceso, pero en algunos casos no coló, como hemos visto antes), que no entendía cómo pudo pasar tamaña barbaridad y que pedía perdón por el daño que él pudiese haber causado. La jugada le salió bien a Speer, pues se salvó de la quema (más o menos) con una condena asumible: 20 años de prisión, que pasó junto al «escocés» Rudolf Hess en Spandau, hasta que el arquitecto salió en 1966 tras cumplir la pena íntegramente. Durante esos años, Speer aprovechó para redactar sus jugosas memorias: Memorias: Hitler y el Tercer Reich vistos desde dentro y Diario de Spandau. Cuando salió de prisión, fueron publicadas y Speer se hizo millonario. Estaba claro que todo lo relacionado con el nazismo seguía vendiendo, y más si procedía de uno de los personajes más implicados en la causa. El público continuaba fascinado (y continúa aún) por el mal absoluto, que los vencedores hicieron encarnar en el nazismo sobre todo. Speer falleció en 1981 rehabilitado, pero estaba claro que Speer sabía todo (o al menos gran parte) de lo que ocurrió durante los oscuros años del nazismo. Estuvo presente en la Conferencia de Posen, celebrada el 6 de octubre de 1943, en la que Heinrich Himmler, Reichsführer de las SS (entre otros cargos de primera categoría en el Estado nacionalsocialista) informó de que se estaba exterminando al pueblo judío según los planes definidos y previstos en la Solución Final. Relojería de precisión alemana. Pero la asistencia de Albert Speer a la reunión sólo se conoció tras su muerte.

Así que el arquitecto de Hitler se había ido de rositas gracias a su habilidad y encanto personal. Hasta se le conoció como «el nazi bueno«, que le permitió disfrutar de una relativamente benévola condena.

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