El 2 de junio de 1942, los japoneses ocuparon algunas de las remotas islas Aleutianas, situadas entre el mar de Bering, al norte, y el océano Pacífico septentrional, al sur. Fue una maniobra para despistar a los EEUU sobre su verdadero objetivo, que era el atolón de Midway, en mitad del océano Pacífico (de ahí su nombre). Los nipones desembarcaron 5000 soldados en cada una de las islas de Kiska y Attu. Pero la estratagema japonesa no terminó de engañar a los norteamericanos, que sabían que la batalla real se daría en Midway.
Aún así, EEUU centró parte de sus esfuerzos en recuperar estas dos islas de archipiélago aleutiano. Y esto fue así por una cuestión de honor para los norteamericanos, ya que estas islas carecían de valor estratégico para los japoneses, pues era imposible el avance hacia Alaska, a causa del mal tiempo reinante en la zona un día sí y otro también. Eso sí, los japoneses habían reducido notablemente la guarnición en ambas islas. El previsto ataque norteamericano hubo de retrasarse en varias ocasiones, por diversos motivos, hasta que finalmente el desembarco en Attu se llevó a cabo el 11 de mayo de 1943. A pesar del inferior número de defensores, estos resistieron encarnizadamente, ya que de nuevo la pésima climatología y el barro se aliaron con los nipones, que lograron obstaculizar la operación estadounidense. Los EEUU tuvieron que movilizar hasta casi 12500 soldados para desalojar a tan recio enemigo de sus minúsculas posiciones. Una constante en la guerra del Pacífico. El 27 de mayo,los últimos japoneses que quedaban con vida tras el duro castigo al que fueron sometidos, se lanzaron en un ataque suicida, fieles al código del Bushido. Fueron exterminados. En la isla de Attu volvieron a ondear las barras y estrellas, pero a costa de numerosas bajas.
Una vez recuperada Attu, los norteamericanos se dispusieron a atacar la otra isla invadida, tratando de no repetir los errores que les habían supuesto tantas bajas en Attu. Por ello sometieron a Kiska a un fortísimo bombardeo desde la potente flota destacada a la zona, a mediados de agosto de 1943. En esos momentos, los radares de los barcos de la US Navy detectaron varios «pips» (señales de radar), que se tenían que corresponder sin duda con una flota japonesa, que venía a socorrer a sus soldados. Los acorazados y cruceros americanos dispararon contra las posiciones indicadas por los radares, que señalaban la presencia del supuesto enemigo. Poco a poco, según transcurría la operación artillera, los «pips» se fueron apagando, con lo que los estadounidenses supusieron que habían hundido al enemigo. Nada más lejos de la realidad, pues las patrulleras enviadas a comprobar el resultado no encontraron ningún resto de embarcaciones imperiales, Y es que ninguna flota japonesa se había desplazado por esa zona en aquella jornada, como se demostró después. Nunca se ha sabido el motivo por el que aparecieron en los radares aquellos «pips». Pero la batalla se conoció con ese nombre.

Aún existen algunos enigmas en esta operación. Cuando los norteamericanos desembarcaron en Kiska después de bombardearla a conciencia, vieron que no eran recibidos con fuego de artillería ni con disparos de ametralladora, ni de fusil, ni de nada. El enemigo no ofrecía resistencia, y se pensó que podía ser una trampa. Los pilotos de varios aviones P-40 se armaron de valor y aterrizaron en el aeródromo japonés de la isla, descendieron de los aparatos y comprobaron in situ que no había ningún defensor vivo, o al menos, en condiciones de oponer resistencia. Una vez los norteamericanos se convencieron de la ausencia de enemigo contra el que combatir, ocuparon la isla.
¿Qué había ocurrido? No fue ningún misterio en esta ocasión. El 28 de julio, antes de que los americanos bombardeasen Kiska, aprovechando una retirada momentánea de la flota estadounidense de sus aguas, para abastecerse de combustible, se deslizaron varios barcos japoneses entre la niebla y recogieron a la guarnición. Pasaron por delante de los barcos de la US Navy y regresaron a Japón con sus tropas sanas y salvas. Los barcos norteamericanos habían bombardeado sin descanso una isla vacía de defensores, con el gasto que ello supone. Habían hecho el ridículo más espantoso y para colmo, a pesar de que enfrente no tenían una fuerza armada, los atacantes tuvieron más de 300 bajas, algunas ocasionadas por las minas y trampas dejadas allí por los japoneses en su retirada, peor también por el fuego amigo procedente de los cañones de la propia flotilla estadounidense.
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