“Kamikaze” significa “viento divino” en lengua japonesa. En el siglo XIII, los mongoles amenazaban con invadir el Japón, pero sus naves fueron hundidas como consecuencia del efecto devastador de dos tifones, el “viento divino”, una catástrofe natural que salvó de milagro al país del sol naciente.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la palabra designó a los pilotos suicidas que estrellaban sus aviones cargados de explosivos contra los barcos enemigos, de forma más o menos voluntaria. La propaganda designaba a los kamikazes como jóvenes que daban su vida por la patria y el emperador. Pero la mayoría de los pilotos kamikazes no se inmolaban de forma voluntaria, sino que eran objeto de una especie de lavado de cerebro por parte de unos oficiales que curiosamente no ejercieron de pilotos suicidas.
A menudo las baterías antiaéreas aliadas derribaban al presunto suicida, que estallaba en el cielo, pues el aparato iba hasta las trancas de explosivos y escaso carburante, ya que era un viaje de ida, pero nunca de vuelta. Los almirantes japoneses que pensaron que los ataques de los kamikazes compensarían la aplastante superioridad de los aliados, estaban en un error, pues ocasionaron pocas bajas al enemigo. Hundieron unos 40 navíos, mientras que la escuadra aliada del Pacífico estaba compuesta por más de mil buques.
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