Hitler había vendido la piel del oso sin haberlo cazado todavía, y veía ya en su magalómana mente, la imagen del Reich milenario, con una capital acorde a sus pretensiones imperialistas mundiales:
«Inculcaremos la idea germánica en todos los pueblos germánicos de la Europa continental. Acaso con el fin de fundamentar esta acción convendría cambiar el nombre de Berlín y llamar Germania a la capital del Reich. Porque el nombre de Germania, en su nueva acepción, permitiría a la capital del Reich ser el lugar geométrico de la comunidad germánica, independientemente de la distancia que separa a los diversos miembros».
Adolf Hitler
Incluso soñaba con los monumentos que representarían la gloria inmortal del Tercer Reich:
«Suprimiremos todo cuanto de feo haya en Berlín. Nada será demasiado hermoso para adornar Berlín. Todo el que entre en la cancillería del Reich deberá tener la sensación de penetrar en la morada del dueño del mundo…Nuestras construcciones tendrán tales dimensiones que en su comparación la basílica de San Pedro (de Roma) y su plaza parecerán niñerías. Como material utilizaremos el granito…Berlín será un día la capital del mundo».
Adolf Hitler

Germania debía ser una megaciudad cuyos edificios gigantescos superarían en tamaño a la gran pirámide egipcia de Keops. Hitler se pasaba horas mirando la maqueta gigante que el arquitecto Speer había construido para él, y que representaba a escala reducida el colosal proyecto del dictador nazi. En ella se contemplaban, entre otros elementos arquitectónicos y urbanísticos, la estación Sur, la Avenida de la Victoria, el Arco del Triunfo, el Palacio del Führer o el Grossehalle. Hitler quería que su capital estuviese terminada en 1950. Pero todo quedó en agua de borrajas dada la monumental derrota sufrida por Alemania. No obstante, no hubiese sido posible llevarlo a cabo, porque el terreno de Berlín no hubiese podido aguantar el peso del gigantesco Arco de Triunfo (por poner un ejemplo), que debería haber tenido varias veces el tamaño del Arco de Triunfo parisino, que en comparación al hitleriano, sería algo así como un pitufillo. Otra de las obsesiones de Hitler era comparar sus gigantescos proyectos urbanísticos y arquitectónicos con los franceses, el enemigo mortal, y al que había que superar con creces en todos los aspectos de la vida.
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