
El papel de los dirigentes judíos en el Holocausto, es decir la participación de las elites judías en la destrucción de su propio pueblo es un capítulo que, aunque poco o menos conocido que otros, no deja de tener un carácter siniestro y tenebroso. Esta historia y sus detalles fueron estudiados por Raul Hilberg en su obra The Destruction of the European Jews. Esta colaboración con los verdugos se desarrolló tanto en la Europa central y occidental como entre las masas de judíos de habla yiddish del Este de Europa. En La lista de Schindler, la célebre película de Steven Spielberg, podemos contemplar escenas en las que la denominada policía judía colabora con los nazis. Los representantes de las comunidades judías redactaban listas de los miembros de esas comunidades con datos relevantes como las posesiones que las víctimas tenían hasta ese momento. En Amsterdam, en Varsovia, en Berlín, Budapest, en Praga…Las elites judías y los verdugos obtenían dinero de las personas que iban a ser deportadas rumbo a los campos de exterminio para pagar precisamente estos gastos: transporte, manutención de los condenados hasta su liquidación física, mantenimiento de los campos de la muerte…Llevaban un exhaustivo registro de las viviendas de judíos que se iban quedando vacías a medida que la represión se acentuaba más y más. Alistaban fuerzas de policía judías cuyo cometido era colaborar en la detención de sus correligionarios y convecinos, embarcándoles en trenes de ganado hacia una muerte cierta. Además facilitaban a los nazis los activos muebles e inmuebles para su inmediata confiscación. Distribuyeron la dichosa enseña amarilla con la estrella de David que señalaba a su portador como miembro del «pueblo maldito».

Los Consejos de notables judíos tuvieron poder sobre la vida y la muerte de los miembros de sus comunidades, un poder concedido por los nazis, como podemos comprobar echando un vistazo a la primera proclama del Consejo de Budapest, que decía así: «Al consejo judío central le ha sido concedido el total derecho de disposición sobre los bienes espirituales y materiales de todos los judíos de su jurisdicción». Más claro, agua. Satisfechos y orgullosos de su poder adquirido. Estos dirigentes pensaban que sin su actuación, la situación de su pueblo podría haber sido peor. ¿Peor aún? Un ejemplo. En Hungría, el doctor Kastner salvó a 1684 judíos, sí, ¿pero a costa de qué? De enviar a las cámaras de gas a otros 476000 judíos. ¿Quién decidía la selección de aquellos afortunados que se salvaban? ¿Quién decidía quién moría y quién vivía? ¿Qué principios utilizaron estos dirigentes? En un informe, el propio Dr. Kastner escribió que se salvaron aquellos que «habían trabajado toda la vida en pro del zibur» (la comunidad judía) – es decir, los funcionarios– y «los judíos más prominentes» – es decir, los miembros de los Consejos de notables, entre otros. Siempre ha habido clases, incluso en los componentes de un pueblo condenado al exterminio por el solo hecho de pertenecer a ese pueblo, a esa religión diferente. Rudolf Israel Kastner fue un periodista y abogado húngaro de confesión judía. Su fama es debida a que ayudó a escapar a algunos judíos de Hungría durante la ocupación de este país por Alemania en 1944. Pero fue asesinado posiblemente por instigación de los servicios secretos israelíes en Tel Aviv en 1957 después de que un tribunal israelí le acusara de colaboración con los nazis. Zeev Eckstein fue la mano ejecutora y quien disparó contra el abogado.
Conocemos las características personales de numerosos dirigentes judíos durante el período nazi. La periodista Hannah Arendt describió a algunos de ellos. Por ejemplo, Chaim Rumkowski era decano de los judíos de Lódz, y no se le ocurrió otra cosa que emitir papel moneda con su imagen o trasladarse en un carruaje en mal estado tirado por caballos. Un poco estrafalario el personaje, que se hacía llamar Chaim I. No obstante su actitud colaborativa no le salvó de la cámara de gas, siendo ejecutado junto a su familia en agosto de 1944 en Auschwitz, ya que ante la cercanía del Ejército Rojo, los nazis decidieron clausurar el guetto de Lódz, liquidando a los moradores que aún quedaban allí. De comportamiento algo más moderado fue el ex-rabino mayor de Berlín, el doctor Leo Baeck, hombre educado en la universidad, de modales suaves, quien opinaba que la creación de la policía judía proporcionaría un trato «más amable» y contribuiría a que «la tortura de los judíos no fuera tan atroz». Arendt apunta lo siguiente a este respecto: «En realidad, la policía judía era, naturalmente, más brutal y menos corrupta, ya que los castigos a que se exponían eran más graves». Y hubo en fin, unos pocos dirigentes judíos que se suicidaron, como Adam Czerniakow, presidente del consejo judío de Varsovia. No pudieron con la presión insoportable que suponía colaborar, de una forma u otra, en el extermino de tantos cientos de miles de correligionarios.

Donde había judíos, había dirigentes, es algo inherente al género humano. Una jerarquía ¿natural? de la que es imposible deshacerse, excepto en casos muy contados de rolling stones. La elite judía colaboró casi sin excepción, con los nazis. Según Arendt, el holocausto se hubiese producido igualmente si los judíos hubiesen carecido de organización y jefaturas, pero es casi seguro que el número de víctimas hubiese sido considerablemente menor, pues posiblemente muchos se habrían salvado si hubiesen hecho caso omiso de las instrucciones de los Consejos judíos. Un ejemplo que nos proporciona esta misma autora basándose en documentos del Instituto Holandés de Documentos de Guerra. En Holanda, el Consejo Judío (Joodsche Raad), al igual que el resto de autoridades holandesas, colaboró con los nazis. Gracias a la actuación de este Consejo judío holandés, 103.000 judíos fueron deportados a campos de exterminio. Sólo se salvaron 519. Sin embargo, 25.000 huyeron de los nazis, y desobedecieron las consignas del Joodsche Raad, ocultándose como pudieron (como Ana Frank, judía alemana refugiada en Holanda, aunque ella finalmente fue descubierta). De éstos sobrevivieron unos 10.000. Un 50% de supervivencia. Nada que ver con los que hicieron caso a sus dirigentes como borregos camino del matadero. De estos datos se podrían extraer muchas conclusiones, pero no lo voy a hacer, pues se escapa del asunto de este post.
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