«A principios de mayo, Himmler se vino abajo. Ya no existía esperanza ninguna. Se había entrevistado con el Almirante Doenitz, sucesor testamentario de Hitler y encargado de negociar con los aliados los términos de la rendición, ofreciéndose como segundo al frente de la Nueva Alemania. La respuesta fue tan rotunda como negativa. A partir de ahí, comenzó una carrera contrarreloj para huir de Alemania. Cambio la apariencia física afeitándose su característico bigote, se rasuró la cabeza, se puso un parche negro en un ojo e intentó pasarse por un gendarme de la policía militar. Se movió rápidamente.
Una unidad británica estacionada en Bradenburgo, realizaba el habitual control rutinario a los ciudadanos alemanes que se desplazaban de un lugar a otro. Himmler no temió en ningún momento a los soldados ingleses. Era el momento de activar lo que había preparado dos semanas antes de la muerte del Führer. Saco sus papeles, bien ordenados y cumplimentados, haciéndose pasar por Heinrich Hitzinger, un sargento de la policía militar ejecutado tiempo atrás por derrotismo. Todo estaba en regla, todo estaba bien. Pero a ese destacamento inglés le llamó precisamente la atención eso, el orden, la limpieza y la perfección de la documentación mostrada. Sin que los soldados supieran aún quién era, lo detuvieron para ser interrogado. Y Himmler, a quien hacía solo unos meses le hubiera bastado pestañear para matar a esos militares que revoloteaban ahora a su alrededor, pudo mantener el engaño hasta el último minuto, hasta que su vanidad no aguantó más, hasta que el Reichfuhrer de las SS reivindicó su orgullo. Ahí acabó todo para él. Habían estado a punto de terminar con éxito su huida pero todo se desbarató.
Desnudo, humillado, maltratado, interrogado, palpado todo su cuerpo en busca de veneno, soportando insultos, empujones, golpes. El jerarca nazi comprendió que había llegado el final. Con una fuerza llena de rabia y de odio, Himmler mordió la mano del doctor que le exploraba. Él movió su lengua hacia la izquierda, hasta que dio con el molar adecuado. Oyó un pequeño clik retumbando en su cabeza y, con posterioridad, notó como el líquido atravesaba su garganta hasta el estómago. Era el sabor de la muerte. A ella se había abrazado antes de verse vejado ni un minuto más por el enemigo…»
Excelente relato extraido del libro «Proyecto Thule» de Javier Más.
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