El Día del Águila fue el día que comenzó la mayor ofensiva aérea de la Segunda Guerra Mundial. Fue el 13 de agosto de 1940. La Luftwaffe, la fuerza aérea alemana, atacaba con un gran contingente de aviones a la desesperada Gran Bretaña, que se había quedado sola en Europa resistiendo la embestida nazi, tras la caída de la otra potencia occidental europea, Francia. Este día de marras, cientos de aviones nazis (1000 bombarderos escoltados por 700 cazas) despegaron de los aeródromos y aeropuertos de Holanda, Bélgica y la Francia septentrional, ocupadas hacía poco tiempo, para atacar las bases de RAF (Royal Air Force, la fuerza aérea británica) en el sur de Gran Bretaña, instalaciones de radar en la costa y de la Marina real británica. Los británicos lograron capear el inmenso temporal que se les venia encima porque disponían del mejor sistema detección del mundo: el radar (radio detection and ranging, detección y medición de distancias por radio), que localizaba al enemigo según salía de sus bases, por lo que cuando llegaba a su destino, ya le estaban esperando las defensas inglesas. Antes de que los pilotos alemanes alcanzasen la costa inglesa, los cazas británicos estaban en el aire, dispuestos a hacerles frente.
El Alto Mando alemán pensaba que si la mayor parte de la aviación británica estaba defendiendo las costas del sur de Gran Bretaña, sería fácil atacar la zona norte de la isla, por lo que la Quinta Flota aérea alemana atacó allí el 15 de agosto. Un error de cálculo, pues los atacantes fueron recibidos por la potente defensa antiaérea británica, que logró derribar a numerosos bombarderos alemanes, causando pérdidas tan enormes a la Quinta Flota alemana, que no pudieron reponerse antes de finalizar la batalla de Inglaterra. Si este día, los británicos ganaron el encuentro, el 18 de agosto, se produjeron por ambas partes el mayor número de pérdidas de toda la batalla aérea, pues la RAF perdió 136 aviones y 30 pilotos, por 100 aparatos y 62 pilotos de la Luftwaffe. Las pérdidas de pilotos alemanes eran más importantes, pues muchos de ellos, si conseguían salvar la vida, caían prisioneros de los británicos, siendo irreemplazables. Los británicos, caían sobre el suelo de su patria, y eran capaces de volver a combatir de nuevo, si había aparatos disponibles, claro. Otro de los problemas de los bombarderos y cazas alemanes es que cuando atacaban objetivos muy alejados de sus bases, solían tener que volver por quedarse sin combustible sin haber conseguido llevar a cabo su triste misión de muerte y destrucción.
Como los ataques alemanes sobre instalaciones militares no surtieron el efecto deseado, Hitler ordenó atacar objetivos estratégicos en el entorno de Londres. Es posible que algunos pilotos se desorientasen y bombardeasen objetivos civiles, algo que tenían absolutamente prohibido, al menos hasta ese momento. Churchill envió sus aviones a bombardear Berlin en represalia. En concreto destruyeron el aeródromo Temperholf y una fábrica de Siemens. Además, Churchill, astuto él, hizo coincidir el bombardeo con la visita del ministro soviético de Exteriores, Molotov, a Berlín. Hitler se quedó atónito ante la respuesta británica, y ordenó a su vez el bombardeo de las ciudades inglesas. La batalla de Inglaterra había comenzado. Y Molotov debió pensar que Inglaterra no estaba tan acabada como le había dicho su homólogo alemán, Ribbentrop. Todavía había partido.
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