
Hubo un momento en que Franco deseó entrar en la guerra mundial al lado de Alemania, cuando pensaba que Gran Bretaña estaba vencida, con ánimo de reclamar parte del pastel. Hitler, por el mismo motivo se negó, obviamente. Pero la batalla de Inglaterra de verano de 1940 se alargó tanto que ya no estaba tan claro que los ingleses fuesen a ser vencidos. Por eso Hitler tuvo que pensar en otra forma de doblegar a los británicos. Gran Bretaña conectaba con la India y sus colonias de oriente a través del canal de Suez, y además tenía en Malta y Gibraltar bases intermedias mediterráneas. El Führer debió pensar que si cerraba una de las dos llaves del mar Mediterráneo, Suez o Gibraltar, Churchill no tendría más remedio que rendirse. Así que ahora sí que necesitaba a Franco para sus planes, porque debían atacar por tierra Gibraltar, ya que la Armada de su Majestad eran dueña del mar.
Los alemanes maniobraron en Madrid para lograr la entrada de España en la guerra, para que así los alemanes pudiesen entrar «como Pedro por su casa» en la península y ocupar vía terrestre la colonia gibraltareña. Pero Franco era un hombre cauto. Los ingleses estaban resistiendo y podía llegar un momento en que pudiesen dar la vuelta a la tortilla, con lo que España se vería en muy mala situación. Por eso en agosto de 1940 ya no tenía el entusiasmo de meses antes por entrar en la guerra. En esos momentos, los que presionaron para que España declarase la guerra a los británicos eran los alemanes. El ministro alemán de Exteriores, Ribbentrop se entrevistó con Serrano Suñer, su homónimo español, en Berlín el 16 de septiembre de 1940. Ribbentrop exigió de malas maneras la entrada de España en el conflicto, además de una base en las islas Canarias y un alto porcentaje de explotación de las minas españolas, algo que no le gustó nada al “cuñadísimo”, es decir, a Serrano Súñer. En la siguiente entrevista de Serrano en Berlín, esta vez con el mismísimo Führer, éste volvió a insistir en que España cediese una base en Canarias y otras pretensiones que Suñer y Franco estimaban inaceptables. Así, que de entrar en guerra, ahora sí que no. Y eso de que los alemanes conquisten Gibraltar a través de España, nada de nada. España no era una colonia de los alemanes, aunque éstos lo pretendiesen en algún instante. El orgullo patrio no podía permitir que una potencia extranjera ocupase el Peñón.
Meses después, en octubre, Himmler visitaría Madrid para preparar la entrevista del Führer con Franco en Hendaya, con el ánimo de presionar una vez más al mismísimo Caudillo, pero ni por esas logró Hitler convencer a Franco, que a su vez reiteró una serie de exigencias que Hitler no deseaba satisfacer, entre ellas, que Alemania abasteciese de trigo y petróleo a la depauperada España, así como artillería para defender las costas por si a los ingleses les diese por aparecer por allí en son de guerra. Y por si fuera poco, España aspiraba a administrar las colonias norteafricanas de la vencida Francia. Fue un diálogo de sordos, cada uno a lo suyo. Hitler le llegó a decir a Ribbentrop algo así como “con estos tipos no hay nada que hacer”. En 1943, Franco retiró de su mesa de trabajo la fotografía dedicada del Führer, cuando ya la vuelta a la tortilla de la que hablaba más arriba se había consumado.
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