» Al principio, los caníbales fueron furtivos, moviéndose sigilosamente entre los muertos para cortar un miembro y comérselo deprisa. Pero sus gustos pronto maduraron y buscaban entre los recién fallecidos, que acababan de enfriarse y, por tanto, eran más tiernos. Al fin, vagaban en grupos, desafiando a quien trataba de detenerlos. Incluso “ayudaban” a morir a los moribundos.
A la caza noche y día, su codicia por la carne humana los convirtió en animales enloquecidos y, a finales de febrero, alcanzaron niveles de barbarie. En Krinovaia, un soldado alpino italiano corrió a través del recinto para buscar a su cura, Don Guido Turla. “Venga enseguida padre, le rogó, ¡”se quieren comer a mi primo”!. El asustado Padre Turla siguió al turbado hombre al otro lado del recinto, pasando ante cadáveres descuartizados, sin estómagos ni cabezas, con brazos y piernas mondados de carne. Llegaron a la puerta del barracón y vieron a unos locos aporreándola con los puños. Dentro estaba su presa, herido mortalmente de un tiro por un guardián ruso. Los caníbales habían seguido la pista de la sangre caliente hasta la puerta y ahora intentaban echarla abajo para apoderarse del hombre aterrado. Al Padre Turla aquello le dio náuseas y gritó a los caníbales, diciéndoles que se trataba de un crimen horrible, un lastre para sus conciencias y que Dios no los perdonaría. Los devoradores de carne se alejaron cabizbajos de la puerta. El Padre Turla entró donde estaba el soldado moribundo para oír su última confesión. Cuando el muchacho le pidió que lo salvase de los caníbales, Turla se sentó junto a él en sus últimos momentos. Los caníbales dejaron su cadáver en paz. Tenían millares a su disposición.
En otro barracón de Krinovaia, dos hermanos italianos habían jurado protegerse de los caníbales en caso de no morir a la vez. Cuando uno de los hermanos sucumbió de enfermedad, los caníbales se congregaron en torno al fresco cadáver. El otro hermano se puso a horcajadas en el camastro del hombre muerto y expulsó a aquellos chacales que estaban al acecho en torno a la cama. Durante la larga noche montó guardia mientras los caníbales le urgían a que les dejase hacerse cargo de la víctima. En cuanto se aproximó el amanecer, incrementaron sus asaltos verbales diciéndole al hermano que era inútil que resistiese más. Incluso le ofrecieron que se cuidarían de enterrar el cuerpo. En cuanto mostró señales de debilitamiento, se aproximaron al lecho y se apoderaron con suavidad del cadáver que él había jurado proteger. Exhausto por la vigilia, el hermano sobreviviente se dejó caer al suelo y empezó a aullar histéricamente. Aquella experiencia lo había vuelto loco.
Los rusos disparaban contra los caníbales a quienes sorprendían, pero tenían que hacer frente a la caza de tantos devoradores de hombres, que hubieron de reclutar “equipos anti caníbales”, extraídos de las filas de los oficiales cautivos. Los rusos equiparon a esos pelotones con palancas y les pidieron que matasen a todos los caníbales que encontraran. Los equipos rondaban por la noche, buscando el parpadeo de la llamas de las pequeñas hogueras donde los depredadores preparaban sus comidas.»
¡¡¡Horrible!!!
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