Bombardero Harris

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Imagen del bombardeo de Lübeck

En la primavera de 1942, los británicos llevaban un año bombardeando infructuosamente objetivos militares en Alemania, pero sin producir demasiados daños, bien por falta de puntería, bien por las triquiñuelas alemanas, que despistaban sobremanera a los pilotos de la RAF con fábricas y barrios enteros de mentirijillas, construidas a base de cartón piedra y otros materiales muy perecederos. Además sufrían numerosas bajas debido a la eficacia de la defensa antiaéra alemana.

Ante esta cadena de fracasos, los británicos decidieron ampliar los blancos. En lugar de tener como objetivo una fábrica o una central eléctrica, por poner dos ejemplos, convirtieron todo un barrio e incluso una ciudad en blanco de los bombardeos. Se habían acabado los ataques selectivos, ineficaces e improductivos. Así, los ingleses comenzaron a bombardear industrias estratégicas alemanas insertadas en lugares habitados, y cuanto más poblados, mejor. Ni daños colaterales ni zarandajas de ésas. La teoría aplicada por las mentes pensantes militares británicas era que si las bombas no acertaban un objetivo determinado, al menos eliminaría a un montón de obreros y sus familias. Mala suerte para ellos. Quizás así se mermaría la moral del enemigo, al menos en su componente civil.

El hombre que llevó a cabo este terrible programa destructivo fue el mariscal del aire sir Arthur Harris, comandante supremo del Mando de Bombardeo de la RAF. Diseñó un programa de destrucción sistemática de las ciudades alemanas, un plan que fue apoyado por el gobierno del Primer Ministro Winston Churchill. Para realizar los siniestros planes de Harris fue necesario incrementar enormemente la producción de aviones y bombas. Los cuatrimotores Lancaster llegaron a poder transportar hasta 6300 kg de bombas y los bombarderos Halifax, 5900 kg, teniendo un radio de acción de hasta 4000 km. Sus homónimos alemanes, los He 111 sólo alcanzaban a transportar 2000 kg de bombas y el Ju 88, 3000 kg, con una autonomía de vuelo de 2000 km. Así, los británicos echaron el resto en la construcción de bombas y de los citados bombarderos de cuatro motores.

En la Conferencia de Casablanca (enero de 1943), los mandamases occidentales Roosevelt y Churchill, presionados por el mandamás oriental Stalin, que comenzaba a coger oxígeno en el frente oriental, decidieron la destrucción sistemática del sistema militar, industrial y económico alemán. La reconstrucción ya producirá pingües beneficios a los vencedores, debieron de pensar. Comenzaron los ataques masivos efectuados por cientos de bombarderos, que llenaron los cielos de Alemania. Los norteamericanos pusieron a disposición del plan de Bombardero Harris sus B-17 o «fortalezas volantes», que podían  llegar a transportar hasta casi 8000 kg de explosivos y que mantenían un eficaz sistema defensivo contra los cazas alemanes a base de ametralladoras repartidas por todo el aparato. Los americanos atacaron Alemania durante el día y los británicos por la noche, sin dar respiro al enemigo. El motivo de esta estrategia era el hecho de que los aparatos británicos carecían del blindaje de los norteamericanos y eran presa fácil de los cazas alemanes Me 109 y Focker Wulf Fw 190.

Harris ensayó en la medieval y hanseática ciudad de Lübeck la táctica del bombardeo de área. Trescientos cuatrimotores descargaron tal cantidad de bombas explosivas e incendiarias que lograron arrasar tan histórica ciudad. En buena lógica, los alemanes, en la medida de sus posibilidades, trataron de responder con la misma moneda, pues atacaron también algunas de las ciudades históricas británicas, como Exeter, Bath, Norwich y York.

El mariscal Harris siguió en sus trece y envió todo lo que tenía por casa contra la ciudad de Colonia: los bombarderos británicos descargaron 2000 toneladas de bombas explosivas e incendiarias. Los edificios ardieron hasta los cimientos y el calor y el humo asfixiaron a cientos de civiles en los refugios antiaéreos. Dresde y Hamburgo fueron otra historia…

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