Acto de rebelión contra Hitler

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Ludwig Beck
El general Ludwig Beck

A mediados del año 1944, la situación del Tercer Reich no tenía otra salida que la derrota, aunque se desconocía la fecha. No había alternativa a los rápidos avances soviéticos en el frente oriental y a los algo más lentos en el frente occidental, a cargo de británicos y norteamericanos. Por mucho que Hitler se empeñase en cambiar a los mandos militares, no había otra alternativa que la derrota, por mucho que el Führer no quisiese admitirla. La situación interna en la Alemania nazi se caldeaba, y fruto de este calentamiento fue el atentado del 20 de julio de 1944 contra Hitler, realizado en el propio cuartel general del dictador de Rastemburgo, a cargo del coronel Von Stauffenberg, único gesto de fuerza real de la oposición interior, agrupada en torno al general Beck y al político y economista monárquico Carl Friedrich Goerdeler, quienes, procedentes del estamento militar, eran los únicos en disposición de derribar el régimen. Los conspiradores deseaban hacer desaparecer al Führer, porque suponían que si éste quedaba fuera de juego, teniendo en cuenta que cada vez perdía más fácilmente los estribos, podrían negociar la paz con los aliados occidentales, y distraer fuerzas para trasladarlas al frente ruso, a fin de impedir que el bolchevismo alcanzase Alemania. Ignoraban, o querían ignorar, que los soviéticos, los norteamericanos y los británicos se habían conjurado para derribar el régimen nazi y no pararían hasta conseguirlo, unos avanzando por el este y los otros por el oeste, constituyendo una mortal tenaza para los fanáticos nazis, y al tiempo, para el pueblo alemán, que ya sufría desde hacía meses las consecuencias del terrible conflicto.

Goerdeler

El complot de Stauffenberg fracasó y como consecuencia, el régimen endureció su política terrorista, pues dentro del Estado nazi, el poder se desplazó todavía más hacia los elementos más represores del mismo, las SS y la Gestapo. El Partido nazi intensificó la represión de los sospechosos, que cada vez eran más numerosos, una vez estaba claro que el final estaba cada vez más cercano. Las víctimas de la represión fueron miles, y entre ellos se contaron altos mandos de la Wehrmacht, pero también altos cargos de la Administración y diplomáticos. Nadie parecía a salvo de la locura desatada a partir del fallido atentado del 20 de julio. Por supuesto que Beck, Stauffenberg y Goerdeler fueron ejecutados, pero también los generales Fellgiebel, Hoepner, Olbricht, Oster, Stieff o Thiele, entre otros. Tampoco se salvaron de la represión el almirante Canaris, los diplomáticos von Bernstorff, von Hassel, von der Schulenburg, el conde von Moltke y los líderes socialdemócratas T. Haubach, A. Reichwein, J. Leber y W. Leuschner. Ni siquiera el prestigioso mariscal Rommel se salvó de la quema, aunque a éste se le dio la opción del suicidio para salvar a su familia y su sepelio se realizó con honores. Hitler ya no confiaba en los generales de la Wehrmacht y sólo comenzó a fiarse de su círculo más cercano, todos hombres del NSDAP, de probada devoción hacia el Führer, como Himmler y Guderian, que acumularon más poder.

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