La Cruz Roja, fundada allá por 1863, se ocupaba del tratamiento de los heridos en combate de todas las nacionalidades intervinientes en el brutal conflicto. Pero también de prevenir enfermedades, sobre todo venéreas. Pues las enfermedades de transmisión sexual (ETS) eran muy frecuentes, demasiado, en todos los frentes. Por ello, los servicios médicos en la Segunda Guerra Mundial y los estados mayores de todos los ejércitos en combate se preocuparon muy mucho de su prevención y cura, y para ello fomentaron buenas prácticas de higiene y control de la prostitución. O al menos, lo intentaron. La tuberculosis y el tifus fueron enfermedades muy extendidas sobre todo entre los prisioneros de guerra.
Los investigadores se afanaban en buscar remedios, y en 1940 fue descubierta la penicilina en el Reino Unido, que se puso a disposición de los soldados tres años después, lo que supuso una disminución drástica de fallecimientos por heridas de guerra, que curaron y cicatrizaron con gran eficacia. Otros avances fundamentales en la medicina militar fueron las transfusiones sanguíneas, la cirugía de campaña, la anestesia, la cura de quemaduras, le medicina aeronáutica y la psiquiatría militar, tan necesaria en situaciones tan extremas.
El Real Cuerpo Médico del Ejército británico (RAMC) se puso a la cabeza de la investigación médica, sobre todo de las enfermedades tropicales. Junto con el Real Cuerpo de Enfermería del Ejército, instauró un sistema de Puestos Sanitarios por Regimientos (RAP), Puestos de Atención Médicos Avanzados (ADS), que favorecieron la evacuación de heridos en vehículos motorizados y una malla de hospitales de campaña.
El tema de la prostitución fue muy delicado. Se trataba de controlar la tensión sexual de cientos de miles de soldados en una edad donde las hormonas están en plena efervescencia y necesitan satisfacer sus deseos físicos más perentorios. A los soldados británicos del Cuerpo Expedicionario en Francia les privaban las prostitutas francesas. Por ello, el general Montgomery se vio en la necesidad de inspeccionar la higiene de los burdeles para tratar en la medida de lo posible la transmisión de ETS, aunque sus medidas profilácticas, muy actuales, en la época no estaban demasiado bien vistas, y se vio obligado a echarse atrás.
Al Ejército norteamericano en Europa le ocurría igual que a sus correligionarios británicos. Cuando se tienen veinte años y la sangre se altera, pues se altera de verdad y había que procurar aliviar tales ardores juveniles, aunque fuese en medio del mayor conflicto que hayan vivido los hombres a lo largo de su prolongada historia. Por ello, el general Eisenhower intentó aplicar una política de “no confraternización” con las lugareñas. Pero el hombre propone y la naturaleza dispone… El Ejército de los EEUU llevó a cabo un fuerte control, en la medida de lo posible, de la prostitución y de la profilaxis de enfermedades venéreas: vamos, facilitar condones a diestro y siniestro a sus muchachos y todas esas cosas. Dentro de una política segregacionista bien arraigada en el país a pesar de las consecuencias de la Guerra entre Estados de 1861-1865, el Cuerpo Médico del Ejército del Tío Sam y el Cuerpo de Enfermeras habilitaban dependencias diferentes para blancos y negros, no fuesen a contagiarse unos del color de otros.
En el Ejército alemán, que tenía varios frentes abiertos, cada división de la Werhmacht contaba con dos compañías médicas provistas de su propio hospital de campaña. Pero una cosa eran los problemas del peliagudo frente oriental y otra los del occidental. En el frente oriental, los médicos se encontraban en invierno con múltiples casos de miembros congelados que en el peor de los casos, había que amputar. En el invierno de 1942-1943, los aviones alemanes transportaron a los heridos del frente de Stalingrado a retaguardia mientras funcionaron los aeródromos. Desde 1942, los alemanes se aprovecharon de los avances británicos en cuanto a técnicas de transfusión de sangre al hacerse con un suero sanguíneo en un hospital militar británico en Tobruk. Durante los meses del hundimiento final alemán, la tasa de suicidios aumentó entre la soldadesca (y no digamos entre las jerarquías nazis) debido a la neurosis de combate.
Por lo que respecta a los soviéticos, el Ejército Rojo tenía un departamento de sanidad militar muy competente, con cirujanos y enfermeras con excelentes conocimientos sanitarios. Desde 1942, los ejércitos soviéticos contaron con servicios médicos móviles. Pero el resultado de la estrategia militar soviética arrojaba tan abrumador número de bajas, que era materialmente imposible atenderlos a todos con eficacia. En realidad, ni con eficacia ni sin ella. La evacuación de tan elevado número de heridos era poco eficaz, y los cirujanos militares trabajaban en condiciones infernales. En la batalla de Stalingrado, los heridos eran trasladados de una orilla a otra del río Volga, sólo para morir en ella, o irse al otro barrio durante el propio transbordo. Debido a la ineficiencia del sistema sanitario militar soviético, los propios soldados del Ejército Rojo se organizaban entre ellos mismos para que tras el combate, los supervivientes pudiesen ayudar a los camaradas caídos. La crueldad del sistema soviético con sus propios ciudadanos no conocía límites: el siniestro NKVD despejaba las carreteras para facilitar la llegada de nuevos soldados, acción con la que las cunetas se llenaban de heridos que trataban de alejarse del frente como podían. Los que no podían desplazarse, fallecían en poco tiempo. Los camiones soviéticos transportaban miles de cuerpos de combatientes heridos o muertos. Los dejaban amontonados en el suelo para que el servicio sanitario distinguiese quien podía ser atendido y quién no. Esto lo lograban rociando con agua fría a los supuestos cadáveres. Los cirujanos decidían quienes podían sobrevivir y quiénes no. A estos últimos se les dejaba morir en medio de terribles dolores. Los otros, si es que había supervivientes, se les operaba y se les inyectaba una dosis de morfina, si estaba disponible, y si no, un lingotazo de vodka y a otra cosa mariposa. Desde luego, el que sobrevivía a este recio tratamiento era todo un superhombre. Campesinos reclutados a la fuerza cavaban fosas comunes donde echaban a todo aquél que llegaba fallecido del frente y a los que no soportaban la tosca cirugía militar.
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