El Tercer Reich, la filial del infierno en la Tierra es el título de un descarnado artículo publicado por uno de los máximos exponentes de la intelectualidad austroalemana en el exilio. Joseph Roth escribió este artículo en el Pariser Tageblatt, el 6 de julio de 1934. Roth era un escritor judío austríaco proscrito por los nazis y en su exilio parisino se despachó a gusto contra sus enemigos del régimen hitleriano. Desesperado, durante años se sumergió en el alcoholismo, que provocó finalmente su muerte en 1939. Este artículo que a continuación transcribo íntegro (traducción de Berta Vias Mahou) es un ejemplo de la amarga producción antinazi de Roth. En él, el objeto principal de sus dardos es el ministro de Propaganda nazi Joseph Goebbels, a quien tacha de mentiroso compulsivo, un adjetivo extensivo al propio régimen nacionalsocialista, y narra como los periodistas alemanes y extranjeros se vieron plegados a darle voz a las mentiras lanzadas por el siniestro régimen de Hitler.
“Desde hace diecisiete meses nos hemos acostumbrado a que en Alemania se vierta más sangre que tinta emplean los periódicos para informar sobre esa sangre. Es probable que el amo de la tinta de imprenta alemana, el ministro Goebbels, tenga más cadáveres sobre su conciencia, si es que la tiene, que periodistas a su disposición para echar tierra sobre la mayor parte de los muertos. Pues se sabe que la misión de la prensa alemana consiste no tanto en publicar hechos, sino en ocultarlos; no sólo en confundir al mundo –el resto de este mundo raquítico que aún posee una opinión pública-, sino también en obligarle a aceptar las noticias falsas con una ingenuidad desconcertante. Nunca hasta ahora, desde que se derrama sangre en este planeta, ha habido un asesino que se haya lavado las manos ensangrentadas con tanta tinta de imprenta. Nunca hasta ahora, desde que en este mundo se miente, ha tenido un mentiroso tantos y tan potentes altavoces a su servicio. Nunca hasta ahora, desde que se cometen traiciones en este mundo, un traidor fue traicionado por otro aún mayor, nunca se vio semejante concurso de traidores. Pero tampoco jamás esa parte del mundo que hasta ahora nunca se había hundido en la noche de la dictadura, quedó cegada hasta tal punto por el rojizo brillo infernal de la mentira, aturdida hasta tal punto por el estrépito de la mentira, ni tan sorda como ahora. Porque desde hace siglos se ha acostumbrado uno a que la mentira se cuele de puntillas, sin hacer ruido. Sin embargo, el más sensacional invento de las modernas dictaduras consiste en haber creado la mentira estridente basándose en la hipótesis, acertada desde el punto de vista psicológico, de que al que hace ruido se le concede el crédito que se niega a quien habla sin levantar la voz. Desde la irrupción del Tercer Reich, a la mentira, contradiciendo el refrán, le han crecido las piernas. Ya no sigue a la verdad pisándole los talones, sino que corre por delante de ella. Si hay que reconocer a Goebbels alguna obra genial, sería la de haber sido capaz de hacer que la verdad oficial cojeara tanto como él. Ha prestado su propio pie equinovaro a la verdad oficial alemana. El hecho de que el primer ministro de la Propaganda alemán cojee, no es una casualidad, sino una broma consciente de la historia…
Sin embargo, hasta ahora esta ingeniosa ocurrencia de la historia universal tan sólo ha sido advertida por los corresponsales extranjeros en raras ocasiones. Pues es un error creer que los periodistas de Inglaterra, de América, Francia, etc, no caen en manos de los altavoces y de los transmisores de mentiras alemanes. También los periodistas son hijos de su tiempo. Es una equivocación creer que el mundo tiene una idea exacta del Tercer Reich. El corresponsal, que tiene que dar fe de los hechos, se inclina devoto ante el hecho consumado, como ante un ídolo, ese hecho consumado que incluso reconocen los políticos, monarcas y sabios, los filósofos, profesores y artistas que detentan el poder y gobiernan el mundo. Aún hace diez años un asesinato, de igual dónde y contra quién se cometiera, habría estremecido al mundo entero. Desde los tiempos de Caín la sangre inocente que clamaba al cielo se escuchaba también en la tierra. Aún el asesinato de Matteotti -¡y no ha pasado tanto!- causó horror entre los vivos. Pero desde que Alemania acalla el grito de la sangre con sus altavoces, éste ya no se escucha en el cielo, sino que se difunde en la tierra como noticia periodística habitual. Se ha asesinado a Schleicher y a su joven esposa. Se ha asesinado a Ernst Röhm y a muchos otros. Muchos de ellos eran asesinos. Pero el castigo que han recibido no es justo, sino injusto. Unos asesinos más astutos y más rápidos han matado a los menos astutos y más lentos. En el Tercer Reich no sólo Caín mata a Abel a golpes. También un super-Caín mata al simple Caín. Es el único país del mundo en el que no hay asesinos a secas, sino asesinos elevados a la enésima potencia.
Y como queda dicho, la sangre derramada clama a ese cielo en el que no se reúnen los corresponsales –criaturas terrenales-. Ellos se reúnen en las conferencias de prensa de Goebbels. No son más que seres humanos. Aturdidos por los altavoces, desconcertados por la velocidad con la que de pronto, y contra todas las leyes de la naturaleza, una verdad renqueante se pone a correr y con la que las cortas piernas de la mentira se alargan de tal modo que a paso de carga se adelanta a la verdad, estos periodistas comunican al mundo sólo aquello que les notifican en Alemania, y no tanto lo que ocurre en Alemania.
Ningún corresponsal puede hacer frente a un país en el que, por primera vez desde la creación del mundo, no sólo producen anomalías físicas, sino también metafísicas: ¡monstruosas creaciones del infierno! Tullidos que corren; incendiarios que se prenden fuego a sí mismos; fratricidas que son hermanos de asesinos; demonios que se muerden su propio rabo. Es el séptimo círculo del infierno, cuya filial en la tierra lleva por nombre “Tercer Reich””.
Joseph Roth
Pariser Tageblatt
6 de julio de 1934
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